No puedo evitarlo. Siempre me ocurre lo mismo. Las pequeñas historias me producen grandes emociones, y las grandes, pequeñas. Así que ya aviso. Si todo lo digo es siempre subjetivo, en el caso de esta intachable película, todavía lo será más.
Y es que en la barbaridad de lo que cuenta "El jardinero fiel" encuentro en la razón más argumentos que en las sensaciones. Si me pongo analizarla fríamente, le encuentro virtudes, coherencia y maestría actoral, pero si me pongo a vivirla, tengo que volver a recurrir al análisis para engrandecerla.
Y no es que sea aburrimiento lo que me provoca esta segunda obra de Meirelles. Todo lo contrario, su metraje circula con precisión y avance lógico, y se sigue con más interés que vibración. El problema radica en el tema elegido. La denuncia de la industria farmacéutica y su impacto en cientos de millones de personas es de tal obviedad y tan grandes dimensiones que resulta excesiva para mi mundo minúsculo, que difícilmente puede condensarse en un par de gráficas imágenes. Y es ahí, en la ausencia de un elemento pequeño de identificación donde la película se convierte más en un thriller político de altas esferas que en un drama intimista y sentimental. Eso queda marcado adicionalmente por una fotograría que se acerca a lo turístico, disfrutando más de los planos generales que de los primeros planos. Y eso va en contra de la película. Porque si algo brilla, aparte de una excelente puesta en escena, es la vulnerabilidad y fuerza que dan Fiennes y Weisz a sus papeles. De ellos nacen los mejores momentos, los instantes íntimos, los que cuentan pequeñas cosas, los que dejan huella en la memoria y rozan las emociones.
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2 comentarios:
siento que empecé a ver una película y acabé con otra.
Se parte en dos.
Me gustó más la primera mitad de la película.
Totalmente de acuerdo. La primera hora es preciosa, la historia de amor se inicia con belleza, sutileza y pasión. Y de repente, todo gira a la obviedad del mensaje
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