Relacionado con el último artículo de El cine y la Empresa, adjunto aquí la crítica de una peli que trata de combatir ese prejuicio de la industria cinematográfica contra la industria económica.
“Smoking Room” es un durísimo alegato contra la miseria humana y su muy especial desarrollo en la vida laboral. Se trata de una sucesión de diálogos apasionantemente reales, que muestran la espeluznante capacidad de los guionistas-directores para reproducir el lenguaje callejero, la soledad que acecha e inunda a los protagonistas, la crueldad de la insolidaridad para con los compañeros/¿amigos?, el pánico a lo desconocido y a lo que se cree conocido, las eternas contradicciones en las que sucumbimos. Contrariamente al 99% del resto del cine, “Smoking_Room” no refleja casi nunca de forma naïf y maniqueísta el entorno laboral. Vamos, que se nota que los directores alguna vez han trabajado… Sólo en alguna ocasión -la historia del desfalco de Juan Diego- cae en las obviedades de las luchas desiguales patrón-empleado, que han inundado el cine pasado de forma tan fehaciente como errónea. Porque las cosas no suelen ser así, las cosas grandes son suma de pequeñas cosas, de mínimos miedos que se transforman en inseguridades, de inseguridades que se transforman en obediencias, y de obediencias que se transforman en sumisión, y por tanto, en pérdida de libertad, en pérdida voluntaria de los derechos más elementales.
Pero Gual y Wallowits no son los únicos dueños de este éxito de transmisión de realidad. Si bien es cierto que ellos aportan oído y sensación de asfixia mediante un lenguaje visual y sonoro directo y bestial, su elenco de actores colabora de forma definitiva en el recrudecimiento del mensaje, en la implementación de esa realidad literaria. Todos ellos están sublimes, pero una vez más, las recreaciones de Antonio Dechent y Eduard Fernández alcanzan el cielo, la gloria local.
Lástima que toda la brillantez, todo el desasosiego y la grisura mostrada desaparezca con un final tan incoherente como sorprendente. Puede ser irónico, o simplemente reflejo de que el ser humano, aun con todo, también tiene momentos de luz y alegría, pero no viene a cuento mostrarlo así. Si quieres ser lo primero, vale con la canción sobre los títulos de crédito (sin partido de fútbol). Si quieres conseguir lo segundo, hazlo durante todo el metraje: haz como en la vida y mezcla risas con miserias, pero no engañes al espectador, y termines diciéndole que “Hoy puede ser un gran día”. Porque entonces, no le engaña sólo la empresa, ni se engaña sólo él, también le engaña el cine. Le engaña el cine una vez más.
“Smoking Room” es un durísimo alegato contra la miseria humana y su muy especial desarrollo en la vida laboral. Se trata de una sucesión de diálogos apasionantemente reales, que muestran la espeluznante capacidad de los guionistas-directores para reproducir el lenguaje callejero, la soledad que acecha e inunda a los protagonistas, la crueldad de la insolidaridad para con los compañeros/¿amigos?, el pánico a lo desconocido y a lo que se cree conocido, las eternas contradicciones en las que sucumbimos. Contrariamente al 99% del resto del cine, “Smoking_Room” no refleja casi nunca de forma naïf y maniqueísta el entorno laboral. Vamos, que se nota que los directores alguna vez han trabajado… Sólo en alguna ocasión -la historia del desfalco de Juan Diego- cae en las obviedades de las luchas desiguales patrón-empleado, que han inundado el cine pasado de forma tan fehaciente como errónea. Porque las cosas no suelen ser así, las cosas grandes son suma de pequeñas cosas, de mínimos miedos que se transforman en inseguridades, de inseguridades que se transforman en obediencias, y de obediencias que se transforman en sumisión, y por tanto, en pérdida de libertad, en pérdida voluntaria de los derechos más elementales.
Pero Gual y Wallowits no son los únicos dueños de este éxito de transmisión de realidad. Si bien es cierto que ellos aportan oído y sensación de asfixia mediante un lenguaje visual y sonoro directo y bestial, su elenco de actores colabora de forma definitiva en el recrudecimiento del mensaje, en la implementación de esa realidad literaria. Todos ellos están sublimes, pero una vez más, las recreaciones de Antonio Dechent y Eduard Fernández alcanzan el cielo, la gloria local.
Lástima que toda la brillantez, todo el desasosiego y la grisura mostrada desaparezca con un final tan incoherente como sorprendente. Puede ser irónico, o simplemente reflejo de que el ser humano, aun con todo, también tiene momentos de luz y alegría, pero no viene a cuento mostrarlo así. Si quieres ser lo primero, vale con la canción sobre los títulos de crédito (sin partido de fútbol). Si quieres conseguir lo segundo, hazlo durante todo el metraje: haz como en la vida y mezcla risas con miserias, pero no engañes al espectador, y termines diciéndole que “Hoy puede ser un gran día”. Porque entonces, no le engaña sólo la empresa, ni se engaña sólo él, también le engaña el cine. Le engaña el cine una vez más.
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