sábado, marzo 19, 2011

TORRENTE 4 (Santiago Segura): 6


Torrente 4 devuelve la saga por sus fueros. Esos fueros que alcanzaron la gloria en la primera y que se mantuvieron en la secuela. Esos fueros que derivan de un guión de hierro, de una dirección portentosa y de una interpretación protagonista poderosa.
Dichas virtudes dan a luz una historia que nunca se cae, algunas secuencias notabilísimas, la complicidad con un personaje para la historia y multitud de risas en gags entre la brillantez formal, la risa fácil y la ironía sangrante.
Así se consigue mantener al espectador como en las dos primeras: aferrado a la butaca, con una sonrisa de placer continua y con estallidos de carcajada ocasionales. Lástima que caiga en algunos de los excesos que acompañaban la tercera. Y esos excesos pasan por dos puntos: uno, la caja; dos, el famoseo.
La caja hace que se note en demasía la publicidad. Telepizza o Plenilunio tienen su propio y demasiado obvio publirreportaje. Ese primer punto no hace temblar la narración, sí lo hace el segundo. Su desmedida afición al cameo evita risas. Tantas apariciones sin contenido llegan a alejar de la historia. Pero no sólo eso, se pierden oportunidades de hacer reír. Si un actor como Florentino Fernández o Wyoming tienen una escena, la bordan, logran que te mueras de la risa. Si esa escena es de Belén Esteban o Sergio Ramos, sobra. Esto es malo, pero alcanza la gravedad en el caso del compañero de fatigas de Torrente, el ínclito Kiko Rivera.
Si Gabino Diego o (sobre todo) Javier Cámara elevaban el nivel actoral y de descojone hasta el gozo, Rivera lo baja hasta el desplome. No tiene energía, no tiene vis cómica, no tiene nada. Sólo un nombre y una reputación. Y eso no basta para hacer reír.
Hacer reír es un don y un oficio. Lo demuestra Segura en cada escena. Como actor y como director. Como personaje y como narrador. Dejemos que siga haciendo Torrente, pero exijámosle que se rodee de lo mejor, de gente como él.

jueves, marzo 10, 2011

VALOR DE LEY (Joel y Ethan Coen): 6,5

Poco puedo decir de la última de los Coen.
No soy nada fan del western, en todo caso, es el spaguetti western el que más me hace disfrutar. Por ello, fui con pocas ganas y mucha confianza en los Coen. Salí contento de haberla visto y con menos confianza en los Coen.
¿La disfruté? Sí, bastante en el tercio inicial, nada en el intermedio, mucho en el tercio final.
¿Me emocioné? No, estuve cerca antes del epílogo.
¿Qué cambiaría? No lo sé. No domino el western, pero me cansaron tantos planos cortos de homenaje al cine de los estudios. Cambiaría el epílogo, lo eliminaría de un plumazo, le quita emoción y reflexión. Y quizá en la parte intermedia, le introduciría un tema y una épica.
¿Con qué me quedo? Con algún diálogo, con el personaje de la niña y de Jeff Bridges y con el intento frustrado de renovar un género que necesita modernidad para volver a generar lo que generó.