martes, octubre 27, 2009

AFTER (Alberto Rodríguez): 7,5


Hay pelis que a mí me gustan y que no recomendaría ni a mi peor enemigo. After es de éstas.

Lo es por todo. Por la aridez de su estructura. Por lo poco queribles que son los personajes. Por lo excesivo de sus acciones. Por lo brutal de sus imágenes. Por la evolución de la historia. Por el desenlace que propone. Lo es por todo.

Pero sobre todo, lo es por la mirada que ofrece. Pocas películas hay tan rematadamente pesimistas como ésta. Su grado de pesimismo, de autodestrucción es tal que llega a generar tal lejanía que dudas entre alejar la vista de la pantalla, levantarte de la butaca o simplemente desconectar cualquier emoción de lo que sucede en frente de ti. Yo logré evitar esos tres riesgos. Pero me costó sufrir mucho más de lo recomendado.

Claro, que hay sufrimientos que te ayudan a acabar sonriendo. No es de éstos. Claro, que hay sufrimientos que te ayudan a ser mejor. Tampoco es After de éstos. Éste es un sufrimiento distinto, un sufrimiento en el que te acaba diciendo que no hay salida. Un sufrimiento con el que no estoy de acuerdo, un pesimismo casi de postal.

Pero que sea un sufrimiento no significa que no valore sus méritos. El primer mérito es precisamente generar sufrimiento. El segundo y esencial es que el creador de la soberbia 7 vírgenes vuelve a mostrar un talento inaudito para la puesta en escena, para la generación de sensaciones en la mezcla de actores y medios. El tercero y todos los siguientes son técnicos.

Pocas películas hay en el cine español con tal dominio del oficio. Si el guión es tan iterativo como original, si la fotografía es tan bella como dura, si la dirección de actores es tan coherente como homogénea, si el montaje es tan preciso como efectivo, si la música genera tanta salvación como lirismo, si todo eso es cierto, lo increíble es que el diseño de sonido alcanza una de las mayores cotas que este crítico recuerda fuera de Lynch o Haneke.

Hay que ser muy freak o pedante para valorar esto, pero sólo por ese logro merece la pena sufrir infinitamente durante dos horas. Aunque no la recomiende. Aunque desgraciadamente no logro olvidarla.

martes, octubre 20, 2009

YO, TAMBIÉN (Álvaro Pastor y Antonio Naharro): 8


Huyo como la peste de las películas biempensantes. No hay nada que más me fastidie que me hagan tragarme una peli para trasladarme un mensaje tan obvio como políticamente correcto. Todo esto es cierto. Pero si es cierto que huyo del cine con mensaje, no hay nada que más me emocione que ver verdad en pantalla.
Aunque esa verdad sea el trasunto de un mensaje. Pero cuando hay verdad, hay vida. Y cuando hay vida, no importa el objetivo, sólo la vivencia.
Mi vivencia empieza con el primer acorde, con la primera imagen de “Yo, también”. Mi vivencia continúa con el primer plano. Ahí, sobre el título de crédito, se aprecia un plano necesariamente fijo que no lo es. Un plano absolutamente imperfecto que deviene en marca de estilo de lo que vamos a ver después. Y lo que vamos a ver después no es perfecto, es natural. No es ficción, es verdad. No es cine, es realidad.
Lo que vamos a ver a ver después es una oda al cine verité que huye del dogma para dar un nuevo sentido a la cámara en mano. Que elude la belleza del encuadre para captar la vida allá donde y como esté. Que obvia el plano-secuencia para no anticiparse a los actores. Que deja que éstos gobiernen la trama en lugar de ser presa de guión. Que prefiere el cariño que nace del defecto a la impostura que nace de la virtud.
Lo que vemos después es puro sentimiento. Lo que sentimos los espectadores cuando Pablo Pineda empieza su primer día de trabajo, cuando su madre le lee un libro en inglés, cuando va a su primera fiesta laboral, cuando realiza cualquier actividad cotidiana, convirtiendo la rutina de otros en magia para él y para nosotros. Lo que sentimos los espectadores cuando su imperfección se torna perfecta para Lola Dueñas. Lo que sentimos los espectadores cuando sus vidas se suman y en el resultado se multiplican.
Lo que nos emocionamos los espectadores cuando vives cómo lo perfecto es enemigo de lo natural, la ficción es enemiga de la verdad, el cine puede ser amigo de la realidad. Lo que lloramos los espectadores cuando una peli biempensante se convierte en una vivencia que no es sino celebración del defecto, de la vida.

miércoles, octubre 14, 2009

AGORA (Alejandro Amenábar): 6,5


Amenábar siempre ha querido ser Spielberg, siempre ha corrido el peligro de convertirse en Spielberg. Con Agora lo ha conseguido.

Es tal su admiración por el creador de megahits que película a película, género a género, ha ido acercándose más y más a él hasta tomar todos sus defectos.

Sus virtudes las traía de casa. Desde Tesis hasta Mar adentro, podía apreciarse en cualquier plano su grúa en movimiento de cámara circular, la espectacularidad de sus conflictos, la claridad de su puesta en escena. Sumó éstas a las que el propio Amenábar traía de su gusto por el guión: creación de unos personajes que alimenten la trama pero generen interés sobre sí mismos, golpes de efecto que eleven la intriga, imágenes tan potentes como metafóricas y búsqueda nada disimulada de la emoción.

El problema es que sus virtudes propias desaparecen en Agora, sólo quedan las de Spielberg. Y los defectos de Spielberg también aparecen. Aparece un tratamiento de personajes algo monocorde, un esquematismo absoluto en la trama, un mensaje claramente maniqueo y todo ello, lleva a una falta de emoción que acaba por alejar lo que tanto dinero ha intentado acercar.

Quizás de todos los defectos el que más pueda molestar es el del maniqueísmo. Su posicionamiento en un solo lado del conflicto llega a molestar hasta al más anticatólico. Un poco de pudor producto de una mirada ajena le podría haber salvado del ridículo en que en ocasiones cae.

Eso sí, lo mejor llega en las escenas de Hipatia y Aspasio, en las que se indaga en la investigación, en el conocimiento. Ahí, cuando se olvida de Spielberg y de su brocha gorda, aparece la verdadera magia de Amenábar. Y lo peor es que llega a notarse que las secuencias que verdaderamente le importaban a nuestro maestro, las que fueron fuente y fin del proyecto.

Quizá si Spielberg no existiera, Amenábar no existiría. Pero es seguro que si Spielberg no existiera, Agora trataría sólo de astronomía y sería una mucho mejor película.

martes, octubre 13, 2009

SI LA COSA FUNCIONA (Woody Allen): 7,5


Siempre que está perdido, Woody Allen vuelve a sí mismo.
Le ocurrió a mediados de los 80 cuando decidió convertirse en Bergman y en Fellini. Respondió con "Delitos y faltas". Le ocurrió a principios de este siglo, cuando transmutó en un operario de Dreamworks. Respondió con "Todo lo demás". Le ha ocurrido ahora, al fugarse a Londres y Barcelona. Ha respondido con "Si la cosa funciona".

Y la vuelta a sí mismo le ha vuelto a venir bien. Porque "Si la cosa funciona" es puro Woody Allen. Es Nueva York, es comedia, es acidez, es diálogos hilarantes, es alter ego, es visión trágica de la vida que sin embargo genera alegría de vivir.
Como en el mejor Allen, como en el Allen que es él mismo, la historia funciona y los gags funcionan. Como en el mejor Allen, la identificación es clara y las antagonistas generan tanta risa como simpatía. Como en el mejor Allen, la comedia funciona y el drama avanza.
Pero del mejor Allen faltan cosas. Faltan gags visuales, más basados en la situación y no sólo en la brillantez del diálogo. Falta una profundidad que convierta en filosofía lo que es sólo conflicto. Falta una tranquilidad para llegar al final, que convierta el desenlace en resultado y no sólo en fin. Falta redondear con detalles lo que se ha tardado en construir.
Al igual que "Delitos y faltas" y "Todo lo demás, "Si la cosa funciona" es puro Allen. Un Allen que se agradece, que genera diversión y cierto gozo. Pero al revés que las otras dos películas, "Si la cosa funciona" es un Allen estupendo, un Allen menor.

jueves, octubre 08, 2009

CineForum: LA TORMENTA DE HIELO (Ang Lee)


Esta mañana en mi ascensor, se han encontrado un señor mayor con una madre y su bebé. Tras quedarse mirándolo fijamente durante un rato, el anciano no ha podido evitar decir: "¡Qué felices son!". Tras sonreír de forma agria, ha añadido "Que aproveche ahora".
De eso va la peli de ayer. De la necesidad que tenemos de volver a los orígenes para ser felices. De lo que definiría Camus como "lo duro que es llegar a ser un hombre". 
Quizás no vaya sólo de esto, quizás vaya de muchas más cosas, pero al asistir a esa escena esta mañana en mi ascensor, es el recuerdo que me ha levantado. Todos sus personajes quieren volver a su infancia, quieren volver al punto donde nacen, tienen que volver a la familia. Pueden hacerse más daño cuanto más poder tengan, pueden entrar y salir de la Zona Negativa, pero unos tienden a ella (Elijah Wood) y los más necesitan volver a la familia como punto donde ser niños, donde refugiarse, donde encontrar la protección de la placenta.
Sobre este cordón umbilical, teje Ang Lee una metáfora de la pérdida de valores a la que asistimos al crecer, de la extrema soledad que propone una sociedad abocada a que en la interacción ésta no haga sino aumentarse. Las reflexiones de Lee no pueden ser más pesimistas, la realidad en la que las presenta no puede ser más real. Sus conflictos parecen ser los eternos entre hijos y padres, su enfrentamiento con las mentiras del mundo (Nixon) es el del que descubre que todo era más bonito cuando se veía de lejos, cuando te acercabas a ello.
Para conseguirlo, el binomio de Lee y su guionista-productor Schamus recurren a tratar de acercarnos un mundo tan pesimista mediante una voz en off con la que encontrar empatía, una selección de actores que puedan caer bien aunque los personajes tiendan a caernos mal, unas imágenes tan idílicas como tristes, una metáfora continua en el agua que se vuelve hielo para luego volver a ser agua, en una serie de comportamientos infantiles que nos recuerden lo que fuimos y lo que anhelamos volver a ser. Toda esa mezcla la agita mediante un montaje soberbio que acorta las escenas hasta el límite sin reducir su significado, mediante una música que encuentra la poesía en la tristeza, mediante una fotografía fría que logra que los momentos cálidos se queden en nuestra retina.
Con todo ello, el binomio logra que entendamos cómo los personajes sufren al enfrentarse con el entorno, sufren al crecer, sufren al enfrentarse a sí mismos. Y en ese enfrentamiento, quieren volver a ser niños. Quieren volver a jugar en piscinas vacías, quieren volver a ser llevados a hombros por su padre, quieren volver a dormir en posición fetal, quieren volver a estar rodeados de un agua que no esté helada.

OTRAS RECOMENDACIONES DEL AUTOR:
1. El banquete de bodas
2. Comer, beber, amar
3. Brokeback Mountain
4. Sentido y sensibilidad