viernes, septiembre 22, 2006

ALATRISTE (Agustín Díaz-Yanes): 9


Cada vez entiendo menos ciertas críticas. Ni las de la propia crítica ni las del público. No sé cuánto hay del prejuicio en sus juicios, y cuánto hay de su propio pensamiento.
El caso es que ayer vi Alatriste y todavía no se me va de la cabeza. Es un torrente de emociones contadas de forma magistral, bajo una épica del desencanto que permite explicar en un solo plano toda la historia de España.

El problema de no ver una película en un festival o, al menos, en la primera semana es que tu juicio ya no es uno en sí mismo , sino por comparación con todas las expectativas que te han generado. Y en mi caso, a fuerza de leer pero también de oír a amigos, entraba al cine como quien va al corredor de la muerte. Iba a ver una peli de trama muy confusa, con un Mortensen que no te lo creías ni en broma, larguísima, con demasiadas batallas y sí, bien ambientada, pero poco interesante.

Cuando salí del cine, con los ojos empapados en lágrimas y las piernas listas para el combate, me planteé si no habría entrado en otra sala. La trama no puede ser más clara. Díaz-Yanes ha logrado reducir cinco libros a un solo hilo argumental que funciona con el mecanismo de un reloj. El mayor peligro de una historia que cubre tantos años es que el periodo entre escena y escena cambie la narración. Pues aquí no es así, las intrigas palaciegas se retroalimentan, el desencanto se va sumando, la lucha de clases encarneciendo, pero nunca hay saltos temporales, el tiempo podría ser único y nada apenas cambiaría.

Sobre los actores, esperaba reírme según los viera u oyera. Eludiendo el hecho de que sorprende el salto que pueda dar un actor de “7 vidas” a hacer un personaje histórico y real, todos los actores están soberbios. Tanto representan en breves trazos a sus personajes como declaman como marca la exigencia del Siglo de Oro. Si Ugalde se muestra un todoterreno de la credibilidad y Anaya impoluta como víctima de sus propias ambiciones, es Ariadna quien luce resplandeciente, nacida para el papel. Y si Echanove y Eduard tienen la fuerza que les caracteriza, lo de Viggo Mortensen es de otro planeta. No sólo aporta el infinito carisma que el rol necesita, sino que lo dota de una sutileza de gestos, emociones, hombrías que lo elevan hasta la categoría de uno de los personajes más maravillosos de la historia del cine español. Y un personaje así no puede tener un habla convencional, tiene que tener un habla gallarda, vasca, especial. Y Mortensen se lo da, convirtiendo su defecto en virtud, en realidad, en fuerza, en determinación. Vamos, que en mi opinión, no sólo Viggo es el mejor Alatriste de los posibles, es el único de los posibles.

A partir de ellos y de un diseño de producción en el que todo el dinero se ve gastado en la pantalla sin necesidad de resaltarlo mediante grúas o indecentes planos generales, el equipo técnico de Tano construye una sobrecogedora atmósfera de épica y desencanto. La dirección artística es tan inmensa como los cuadros de Velásquez que son la fotografía. El vestuario es tan sucio como era la realidad de un siglo de oro que acabó siendo de mierda. Y es que la realidad de la pantalla parece la realidad de la vida. Y eso aporta una credibilidad a la acción que el Tano guionista se encarga de configurar, el Tano director de armonizar, y el Tano montador de implantar.

El producto final no es sino una obra maestra. Una obra a la que el tiempo se encargará de dar la razón, de no buscar fracaso artístico donde hay éxito comercial, sino de ver e identificar que Alatriste proporciona una historia que no está dentro de la historia, sino que podría ser la propia historia. Porque hablando de Alatriste, Díaz-Yanes habla de sí mismo y de sus obsesiones, pero sobre todo habla de España, habla de nosotros, habla del destino del viaje. Y lo hace con el desencantado pero implacable orgullo de un soldado español.

lunes, septiembre 18, 2006

SALVADOR (Manuel Huerga): 6


Hay decisiones políticas de forma que casi anulan el fondo. Salvador padece una de ellas.

Salvador hace bien en tratar de meterse en la realidad y, para ello, ser multilingüe. Es tan multilingüe que de verdad representa la realidad barcelonesa de los 70 y se habla un 1% en francés, un 9% en catalán y un 90% en español. Por eso molesta tanto que todos los títulos de crédito se pongan en la lengua no vernácula de José Montilla. Parece que buscan la más mínima oportunidad para justificar las subvenciones y que aparezca una palabrita catalana. Parece que Franco hoy tiene un sucesor y éste no es Zapatero ni Aznar. Es Maragall o Mas o Carod, aquéllos que se inventan un problema donde no lo hay. Pues bien, esta gilipollez, aparte de que hará disminuir las taquillas fuera de los Països, aleja al espectador lo suficiente para que este apasionante drama sólo resulte entretenido. Claro, que no sólo es producto de la decisión política, y en el fondo, económica. También lo es de una cierta torpeza en el guión, camuflada por miles de aciertos en la dirección.

Porque si la historia original tiene una fuerza y un carácter épico notables, pese a que su estilo le pudiera llevar a otros terrrenos, Huerga no hace nada por evitarlo, pero Lluis Azcarazo sí. Lo hace al cometer distintos errores, difícilmente justificables. El primero es el más imperdonable: el no respeto a los puntos de vista. La peli nace de la voluntad de narrar lo que cuenta Puig Antich al abogado que interpreta Tristán Ulloa. Bien, pues eso haría que debiera verse lo que él vive, o al menos lo que le han podido contar. Ni lo uno ni lo otro. Entre cartas enunciadas y acciones no vividas, al espectador se le vuelve loco. En busca de la forma más divertida de contar, se pierde la fidelidad y la coherencia, se pierde el respeto a sí mismo. El segundo error, y de resultados más funestos, es la colocación del último punto de giro. Desde éste hasta los títulos de crédito transcurren 45 minutos, el doble de lo académico. Esto revierte en alargamiento y pérdida de épica, en miradas al reloj y alejamiento emocional. Y no es más que producto del tercer error: la voluntad por intrigarnos con un desenlace que todos conocemos. La intriga no estaba ahí, estaba en las reacciones emocionales de Salvador. Y en esas sí que triunfan guionista, director y actor.

Acompañadas por las excelsas Watling y Rubio, Brühl logra sus mejores resultados cuando Huerga encuentra su estilo. Y éste no es sino el realista irreal que demostró en su obra maestra, Antártida. Con ellas y sus ensoñaciones puntuadas de éxitos musicales, construye los mejores momentos, ésos que podrían quedarse fuera del montaje final si atendemos a la pura sinopsis, pero ésos que hacen que Salvador tenga momentos tan mágicos que merezca la pena pagar la entrada. Aunque tengas que comerte rotulitos que no vienen al caso. Aunque haya catalanes que hablen en francés, y una madrileño-británicas, un argentino y un alemán que lo hagan en catalán. Afortunadamente, quizá representa el mundo de hoy. No creo que el de los setenta. Sí, el de los políticos que imponen normas donde no hay problemas, sean obligaciones lingüísticas, sean sentencias de muerte.

lunes, septiembre 11, 2006

DESAYUNO EN PLUTÓN (Neil Jorda): 7,5

Si la frase hecha dice que la vida es un viaje en la que el destino es lo de menos y que lo que importa es el propio viaje, Patrick Kitten Braden se encarga de demostrar lo contrario. Lo único que importa es la expresión con la que se afronte el viaje. Ya puede ser un descubrimiento de la Antártida, una luna de miel en Cancún o un cambio de sexo. No importa qué sea, lo que importa es si sonríes al hacerlo.

Tras una racha de falta de éxitos de público, que no de crítica, Neil Jordan ha decidido volver a su infancia y a su Irlanda natal para contarnos una historia tan universal y contemporánea como la propia Irlanda. Y lo hace a lomos de su conocimiento de la narrativa, de su formidable habilidad para el encuentro de la empatía. Sus personajes no tienen necesidad de ser buenos ni expresivos, simplemente caen bien. Y lo hacen aunque sean asesinos gordos a lo Forest Whitaker, inanes perdidos a lo Stephen Rea o locas grandilocuentes a lo Cillian Murphy. A todos les caracteriza una cosa: sus vidas se ven agitadas, agradablemente sorprendidas, cuando encuentran la cámara de Jordan. En su lente se deforman sus dramas para hacerlos comedias, sus torturadores se vuelven salvavidas.

Es posible que, dada su última falta de diana en la taquilla, Jordan haya optado por ciertos recursos comerciales que embellecen la trama y la acercan al gran público. La banda sonora es un regalo para que tarareemos los paletos musicales. La colorida fotografía no es sino la luz de la mirada de Kitten. Y el final coherente, pero a todas luces optimista, es la forma de decirnos que la vida puede ser un cuento. Un cuento en el que no importa el texto, sino cómo acoges las palabras.

domingo, septiembre 10, 2006

CORRUPCIÓN EN MIAMI (Michael Mann): 7


El gran público no distingue de nombres, distingue de emociones. Para ellos, Michael Mann no existe. Existe el tiroteo de Heat, la pesadumbre de Russell Crowe en El dilema, la atmósfera y el lobo que cruza Los Ángeles en Collateral. Existe la tensión y horterismo de la serie por antonomasia de los 80: Corrupción en Miami.

A caballo entre su formación europea, su gusto por personajes multidimensionales y su habilidad para el cine de acción americano, Michael Mann se erige como uno de los pocos habituados a los éxitos masivos que es capaz de tener una voz, un estilo y una coherencia consigo mismo y con el mundo en el que vive. Quizás por su condición añadida de escritor (aunque es mejor cuando se deja acompañar por Eric Roth) sus películas tienen siempre un poso de pesimismo que no hace sino incrementar la verdad, la fuerza del espectáculo. No es dado a mensajes ni parábolas. Se basta de su cámara, de su puesta en escena y de su descomunal habilidad para el montaje para construir conflictos éticos sin necesidad de que se vuelvan discursos.

Aunque no sea de sus mejores pelis, todas estas virtudes se conservan en el paso a la sala oscura de Miami Vice. A una trama tópica de mainstream, en la que no faltan secuestros de la chica del héroe ni amores entre el bueno y la mala que no es tan mala, Mann es capaz de dotarla de una realidad ajena a la fácil tendencia a la autoparodia que tenía la serie. Así, escena a escena, malo a malo, la peli va entretejiéndose hasta hacer saltar la tensión por los aires. A ello ayuda un hiératico y espeluznante Luis Tosar, de largo el mejor de la función. A ello nada contribuye un Colin Farrell, perdido en la tensión entre la parodia del chuloputas que es y la de la verdad de la granulada cámara del gran Michael Mann.