martes, diciembre 29, 2009

Los Matomovies de Oro

El año acaba. Y con él, una nueva cosecha. Llega el momento de hacer lo de siempre, evaluar el pasado, ver qué se ha sembrado para el futuro. LLega el momento de entregar los Matomovies de Oro.
Así que me pongo el esmoquin, me agarro a una rubia siliconada y bottoxeada con vestido rojo y comienzo a recorrer la alfombra roja, dispuesto a abrir el sobre. Pero mientras subo las escaleras y veo la pantalla con la lista de nominados, me doy cuenta que si algo destaca, es la presencia en ellas de películas de géneros alejados de los premios, de filmes hechos para disfrutar no para recibir estatuillas. Y también destaca otra cosa: personajes nacidos para epatar, actuaciones que logran apabullar. 
1. Brüno (Larry Charles). 
Cualquier podio que se precie no está ocupado por una comedia. Menos aún por una parodia. Todavía menos por una peli de cámara oculta. Pero simplificar la obra maestra de Sacha Baron Cohen a una parodia cómica de cámara oculta es lo mismo que decir que "El Padrino 2" es una peli de mafiosos.
Su cine no es sólo un cine gigante. Su cine no es sólo carcajadas que se superponen. Su cine es un género nuevo, es una invención nacida para sobrevivir, para soliviantar espíritus, para levantar conciencias, para hacer realmente feliz desde la verdadera infelicidad ajena.

2. Celda 211 (Daniel Monzón)
Si no es común que aparezca una peli española en este podio, todavía es más infrecuente que la que lo habita sea una peli de acción. Pero no por ser de acción, deja de ser española. No por ser española, deja de ser de acción. Tiene acción porque tiene conflictos potentes, escenas de lucha, efectos que son verdaderamente especiales. Es española porque tiene personajes brutales, realidad de rompe y rasga, mensaje perturbador.  Así que es de acción y es española. 
Y llega al final. Al final del conflicto, al final del corazón.

3. Malditos bastardos (Quentin Tarantino)
Desde que irrumpió, Tarantino no ha defraudado a nadie. Cada vez que salta lo hace sin red. 
Lo hizo con el humor bestial y circular de Pulp Fiction, con la narración clásica y crepuscular de Jackie Brown, con la acción paródica de Kill Bill, con las persecuciones femeninas y setenteras de Death Proof. Lo ha hecho con la guerra reinventada de Malditos Bastardos. Como en todas las anteriores, muestra toda su extrema gama de recursos. Y en cada escena busca hacer la mejor escena de la historia. Casi siempre lo consigue. Casi siempre lo conseguirá.

4. Parque Vía (Enrique Rivero).
La ficción imita a la vida. Y la vida, a la ficción.
Entre ambas se teje una red en la que uno no acaba de distinguir dónde empieza una y dónde acaba la otra. Y es que no tiene por qué haber frontera. La frontera genera distancia y resta credibilidad. La frontera es la que ponen los que no saben hacer cine realista.
La frontera es la que logra romper Enrique Rivero gracias a una inmersión radical, a un ritmo arriesgado, a una vivencia de las rutinas que logra que interese tanto la repetición como la novedad. En ese logro, se llega al logro más decisivo: vivir la vida ajena como si fuera la propia. Saber que es igual de cierta, querer al personaje como quieres a tus amigos.

5. Frost/Nixon (Ron Howard).
Los críticos llevan años tratando de responder a una sola pregunta: ¿Qué es más importante, el guión o la dirección? La respuesta a esta pregunta la suelen dar los autores totales. Pero cuando no los hay, hay que buscar una respuesta en las evidencias. Habrá otras contrarias, pero Frost/Nixon es una evidencia clara de que lo primero es el guión.
El autor de The Queen es capaz de elevarse tanto que eleva a maestro al autor de WillowUna mente maravillosa. La historia de la que parte Peter Morgan era tan teatral que sólo un genio absoluto podía convertirla en cine. Eso es lo que es él. Agarra la trama y le da cien vueltas. Mete varios personajes a cuál más enigmático. Juega con el tiempo como si fuera Dios. Y en la sucesión de cambios, logra que todo parezca uno, que nada de lo que aparece parezca accesorio, que se logre una unidad narrativa que genera tal despliegue de emociones, que sólo un torpe podría destrozar.
Y Ron Howard ha sido siempre un torpe. Pero aquí no lo es. Aquí deja ir al guión y deja ir a sus actores. Y en la combinación de escritura más interpretación, aparece una joya del cine político nacida para educar sin ser educativa, nacida para ser apreciada por el futuro, nacida para que la vean todos los millones de personas que no la vieron recién salida del horno.


6. Hace mucho que te quiero (Philippe Claudel).
El cine de autor se basa en la autoría, en la escritura y en la dirección, en la obra total. Decir que Claudel es autor de esta peli es mentir. Él escribe y él dirige, pero el autor no es él. El autor se llama Kristin Scott Thomas. 
Sacha Baron Cohen logra atravesar cualquier frontera de la comedia. Luis Tosar alcanza un magnetismo superior al mayor generado por Marlon Brando. Christophe Waltz se come con la pantalla con cada pausa y con cada diálogo. Frank Langella llena el auditorio de carisma. Nolberto Coria hace verdad su propia vida. Si en todos los casos eso es increíblemente cierto, en el de Kristin Scott Thomas hay una diferencia: no se apoya en ninguno de los otros factores.
Ella no cuenta con nada. Ni con un buen guión, ni con una buena fotografía, ni con partenaires decentes. Ella tiene que hacérselo todo. Ella se lo hace y ella se lo come. Y aún le da tiempo, a disfrutar del plato. 
 

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