Torrente 4 devuelve la saga por sus fueros. Esos fueros que alcanzaron la gloria en la primera y que se mantuvieron en la secuela. Esos fueros que derivan de un guión de hierro, de una dirección portentosa y de una interpretación protagonista poderosa.
Dichas virtudes dan a luz una historia que nunca se cae, algunas secuencias notabilísimas, la complicidad con un personaje para la historia y multitud de risas en gags entre la brillantez formal, la risa fácil y la ironía sangrante.
Así se consigue mantener al espectador como en las dos primeras: aferrado a la butaca, con una sonrisa de placer continua y con estallidos de carcajada ocasionales. Lástima que caiga en algunos de los excesos que acompañaban la tercera. Y esos excesos pasan por dos puntos: uno, la caja; dos, el famoseo.
La caja hace que se note en demasía la publicidad. Telepizza o Plenilunio tienen su propio y demasiado obvio publirreportaje. Ese primer punto no hace temblar la narración, sí lo hace el segundo. Su desmedida afición al cameo evita risas. Tantas apariciones sin contenido llegan a alejar de la historia. Pero no sólo eso, se pierden oportunidades de hacer reír. Si un actor como Florentino Fernández o Wyoming tienen una escena, la bordan, logran que te mueras de la risa. Si esa escena es de Belén Esteban o Sergio Ramos, sobra. Esto es malo, pero alcanza la gravedad en el caso del compañero de fatigas de Torrente, el ínclito Kiko Rivera.
Si Gabino Diego o (sobre todo) Javier Cámara elevaban el nivel actoral y de descojone hasta el gozo, Rivera lo baja hasta el desplome. No tiene energía, no tiene vis cómica, no tiene nada. Sólo un nombre y una reputación. Y eso no basta para hacer reír.
Hacer reír es un don y un oficio. Lo demuestra Segura en cada escena. Como actor y como director. Como personaje y como narrador. Dejemos que siga haciendo Torrente, pero exijámosle que se rodee de lo mejor, de gente como él.
Dichas virtudes dan a luz una historia que nunca se cae, algunas secuencias notabilísimas, la complicidad con un personaje para la historia y multitud de risas en gags entre la brillantez formal, la risa fácil y la ironía sangrante.
Así se consigue mantener al espectador como en las dos primeras: aferrado a la butaca, con una sonrisa de placer continua y con estallidos de carcajada ocasionales. Lástima que caiga en algunos de los excesos que acompañaban la tercera. Y esos excesos pasan por dos puntos: uno, la caja; dos, el famoseo.
La caja hace que se note en demasía la publicidad. Telepizza o Plenilunio tienen su propio y demasiado obvio publirreportaje. Ese primer punto no hace temblar la narración, sí lo hace el segundo. Su desmedida afición al cameo evita risas. Tantas apariciones sin contenido llegan a alejar de la historia. Pero no sólo eso, se pierden oportunidades de hacer reír. Si un actor como Florentino Fernández o Wyoming tienen una escena, la bordan, logran que te mueras de la risa. Si esa escena es de Belén Esteban o Sergio Ramos, sobra. Esto es malo, pero alcanza la gravedad en el caso del compañero de fatigas de Torrente, el ínclito Kiko Rivera.
Si Gabino Diego o (sobre todo) Javier Cámara elevaban el nivel actoral y de descojone hasta el gozo, Rivera lo baja hasta el desplome. No tiene energía, no tiene vis cómica, no tiene nada. Sólo un nombre y una reputación. Y eso no basta para hacer reír.
Hacer reír es un don y un oficio. Lo demuestra Segura en cada escena. Como actor y como director. Como personaje y como narrador. Dejemos que siga haciendo Torrente, pero exijámosle que se rodee de lo mejor, de gente como él.
2 comentarios:
Yo creo que el abuso del cameo es una concesión a su público y a la cultura poopular que le ha aupado.
Lo es. otra cosa es que no acabe perjudicándole
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