No cabe duda de que “Princesas” es una de las mejores películas del año. No cabe duda de que “Princesas” es la peor película de Fernando León de Aranoa.
Tras irrumpir en nuestras mandíbulas con “Familia” y alcanzar la gloria con “Barrio”, el gigante madrileño fue capaz con “Los lunes al sol” de ir más lejos y tocar el cielo con los dedos. Ahora, en su paso por las calles desvencijadas y las esquinas más disputadas, vuelve a retomar las constantes de sus éxitos: humanismo para con todos, concienciación social libre de mensaje, mentiras que permitan sobrellevar las tragedias de la existencia, costumbrismo repleto de humor, y diálogos brillantes entre gente que se protege a la vez que se abre. Ahora en “Princesas”, León de Aranoa replica esa fórmula, confirmando su carácter de autor a costa de una falta de originalidad que se acentúa ante la elección de un tema más manido que los parados o los niños del barrio.
Sin una mirada ajena en el guión como la de Ignacio del Moral o Elías Querejeta, no ha sido capaz de controlar la aparición de sus primeros defectos, que pueden convertirse en carga de autor: sentimentalismo excesivo víctima de diálogos introspectivos, vena ligeramente discursiva e introducción de un chiste político indecente (tan local, como coyuntural e innecesario). Finalmente, y como en “Barrio”, opta por un desenlace innecesariamente trágico por cuanto el drama cotidiano ya era suficientemente duro, sin necesidad de soslayarlo.
“Princesas” sigue siendo una obra notable y profunda que explica a la posteridad el mundo de hoy, me hace reír en algunas ocasiones y me hace llorar en otras, pero ni tiene la carne de sus otras películas, ni encuentra el hueso a punzadas de talento y verdad.
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