Parece casual que una productora andaluza aborde un proyecto tan cubano como el de “Habana blues”. Parece casual que un productor tan ligada a su tierra como Antonio P. Pérez se ponga a hablar de bloqueos, de fugas, de sueños, de frenesí. Parece casual que alguien tan sevillano como Zambrano se torne habanero, en las formas y en el fondo. Parece casual, pero no lo es.
Zambrano y Pérez, Pérez y Zambrano son coherentes consigo mismos, siguen apegados a la tierra, sea ínsular o penínsular. En la Cuba de Zambrano se descubren grandes semejanzas con la Andalucía de Pérez. Se descubre que las dificultades cotidianas no impiden el disfrute de la vida, que las carencias económicas no son sino amigas del derroche de placeres, que los engaños de superviviente no son sino pequeñas mentiras que dulcifican la vida.
Y encontrando eso, hallando el ligazón entre el mundo que visitan y el mundo en que habitan, Pérez y Zambrano ya se sienten cómodos para ser ellos mismos. Para presentarnos un puñado de personajes que nadan entre la picaresca, la culpa y la ilusión, que luchan contra sí mismos y contra las inclemencias del medio, que se ganan la vida como pueden pero no olvidan de disfrutarla por el camino.
Y lo hacen exudando gotas de realidad de un espejo de irrealidad, sacando verdad de un escenario de teatro, logrando que sientas que el país que visitas no es sino el tuyo, que su música no es sino tu banda sonora, que veas que sus utopías son tan capitalistas como las tuyas.
Pocas veces un turista ha filmado un país con tal grado de identificación. Pocas veces un turista ha amado tanto a su patria. Pocas veces una patria ha generado tantas lágrimas y tantas risas.
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