Un año más se han celebrado los Goya. Y parece que este año sí puede considerarse que se han celebrado. Corbacho estuvo imponente, la idea de la media hora de diferencia dio una agilidad no antes vista, hubo competitividad por el desenlace y por una vez, la política se dejó para otros foros. Vamos, que desde la Sardá no se veía algo tan divertido. Quizá le faltó la emoción de los detalles del corazón, pero al menos, sí hubo cierta dignidad no exenta de glamour.
Otra cosa son los premios. Como no había demasiada hez, no ha habido demasiadas injusticias. Es de reseñar el ojo de la Academia para darse cuenta que los mejores actores del año habían sido los desternillantes Antonio de la Torre y Carmen Maura. Pero si no ha habido injusticias, sí ha habido ausencias incomprensibles. Que Viggo no ganara no responde más que Diego estaba sublime. Que Díaz-Yanes no arrasara no responde más que a la fama y pánico a la incomprensión de Almodóvar. Que David Trueba no se impusiera a Benpar entra dentro de la lógica incultura documental de los asistentes. Pero que "Salvador" ganara el guión adaptado responde a manifiestos políticos que ni vienen al caso ni tienen que ver con una deleznable estructura que no respeta los puntos de vista ni la equidistancia temporal del desenlace.
El próximo año habrá nuevas injusticias y nuevas ausencias. Espero que también haya tantas buenas películas, tantos éxitos de taquilla. Será un año difícil porque sólo presentará largo dos de los grandes, Medem y De la Iglesia. Habrá que ver qué presentan los jóvenes, qué nos dan los renovadores.