Sorprende que alguien con el oficio de los Coen cometa errores de primerizo. Sorprende que alguien con su carrera quiera romper las expectativas con un desenlace ajeno a sus primorosos planteamiento y nudo. Sorprenda que sigan queriendo sorprender antes que guardar coherencia.
Lo mismo les ocurre con "No es país para viejos". Tras firmar una apasionante película de acción, seca como la gente sin excusas, brutal como el hambre ajena para un niño, dejan que el thriller se convierta en un melodrama profundo y con ello, rompen al espectador y a su clímax. En lugar de darle al cliente su merecido duelo de antagonistas, le atosigan con una serie de diálogos sobre la senectud que igual resultan interesantes en la novela, pero que en el cine dejan un regusto que el resto de su obra no merece.
Porque hay que ser justos. Los últimos 2o minutos no deben esconder los soberbios 100 anteriores. Hay tanto detallismo en cada uno de sus conflictos, tanta síntesis en cada una de sus imágenes, tan geniales elipsis y soluciones de montaje y es tan fascinante la composición de Bardem que no recomendar esta peli sería un pecado mortal. Tan mortal como los pecados que cuenta la peli. Tan mortal como los que al final cometen los Coen. Tan mortal que sólo se absuelve volviendo a verla. Volviendo a verla y esperando que en la próxima nos regalen la perfección que poseen en sus talentos.