Hay películas que te ganan antes de empezar. Suelen tener un afán realista, unas pretensiones escasas y una ilusión de primerizo. Es el caso de "Azuloscurocasinegro".
Su victoria de antemano no nace únicamente de su condición de secuela multiplicada de un estupendo cortometraje. Su victoria de antemano nace de su buceo por universos de normalidad, de su extraordinario acierto al convocar actores de rostro familiar y nombre ajeno, y de su intención de aplicar el humor a historias negras como el carbón.
Y es aquí donde se le puede ir la mano a Daniel Sánchez Arévalo. En la búsqueda de conflictos que sustenten sus casi dos horas de narración, puede que abuse del carboncillo y encuentre historias más grandilocuentes de lo que son sus intenciones. Así, el planteamiento que ya había ganado al espectador, hay veces que se ve derrotado en pos de una historia sobrecogedora pero a ratos excesiva. Menos mal que su cámara y sus actores logran una puesta en escena que nos parte de la risa y nos parte de emoción. Es en ellos donde se percibe el inmenso talento que se vislumbra en este neodirector, que algún día dará una obra maestra. Y probablemente, la dé con Antonio de la Torre, ¡vaya actor!
viernes, abril 14, 2006
EL ARCO (Kim Ki Duk): 8
Probablemente Kim ki Duk es ahora mismo el cineasta más capaz de aprovechar las capacidades del cine como género narrativo. Es de los pocos directores capaz de articular una narración visual, metafórica y redonda en base a elementos mínimos.
A pesar de su poco vasta experiencia, es como si conociera o hubiera llegado a entender todos los recursos del oficio. En él se dan cita la narración detallada de una anécdota capaz de ilustrar la propia vida, el conflicto concreto y localista como parábola de un conflicto eterno y universal, los personajes heridos y recluidos en busca de una felicidad que supone la salida al exterior, la profusión de imágenes de especial belleza pero dentro de un conjunto donde no son sino normales, la palabra como recurso último y siempre a través de diálogo indirecto y la comunicación mediante el tacto como única vía de expresión real.
Todos esos elementos son convocados por el genial coreano, y con ellos y con nuestra extrañeza de espectador occidental de un universo plenamente oriental, película tras película logra sorprendernos con humor ingenuo y magia cautivadora. Es por ello que me cuesta desvincular este arco del palo de golf de "Hierro 3" o de las otras armas que exhibía en "Primavera, verano...". Todas ellas me arrancan la emoción, todas ellas me provocan reflexión, todas ellas se quedan a un paso de encontrar mi empatía occidental.
A pesar de su poco vasta experiencia, es como si conociera o hubiera llegado a entender todos los recursos del oficio. En él se dan cita la narración detallada de una anécdota capaz de ilustrar la propia vida, el conflicto concreto y localista como parábola de un conflicto eterno y universal, los personajes heridos y recluidos en busca de una felicidad que supone la salida al exterior, la profusión de imágenes de especial belleza pero dentro de un conjunto donde no son sino normales, la palabra como recurso último y siempre a través de diálogo indirecto y la comunicación mediante el tacto como única vía de expresión real.
Todos esos elementos son convocados por el genial coreano, y con ellos y con nuestra extrañeza de espectador occidental de un universo plenamente oriental, película tras película logra sorprendernos con humor ingenuo y magia cautivadora. Es por ello que me cuesta desvincular este arco del palo de golf de "Hierro 3" o de las otras armas que exhibía en "Primavera, verano...". Todas ellas me arrancan la emoción, todas ellas me provocan reflexión, todas ellas se quedan a un paso de encontrar mi empatía occidental.
jueves, abril 13, 2006
BIENVENIDO A CASA (David Trueba): 8
Hay obras cuyo loable objetivo, personalidad y ambición no son sino sus lastres. Eso es justo lo que sucede con la última del mejor escritor español.
David Trueba ha pretendido hacer una película simple que refleje su mundo personal y el mundo en el que vive. Y para ello, se ha apropiado de una historia muy original que muestra un universo muy habitual, y no contento con esto, ha tratado de encontrar sencillez y ligereza en una estructura y hondura muy considerable. Sólo por ello David Trueba ya merecería todos los premios. Pero es que además, se ha encontrado nuevamente con la joya de su escritura. Con unos personajes igualmente hilarantes, representativos y profundos. Con unos diálogos lacerantes, perfecto reflejo de la calle. Y con unas situaciones en las que la comedia entra de forma tenue y reconfortante en el drama que esconden.
Así, Trueba y sus congéneres encuentran nuestra carcajada al mismo tiempo que nos acercan de forma irremisible a nuestras emociones. Y todas ellas las consiguen. Porque el objetivo se cumple a pesar de que por el camino queden algunas decisiones discutibles: la perfección de los diálogos se convierte en combate entre lo felizmente literario y lo discutiblemente real, el sublime personaje de Javivi se entiende maravillosamente pese a que le desee una sesión extra de logopedia, y Alejo Sauras se revela con la estupefacción que le pide el guión, pero incapaz de sostener la inmensa altura de López de Ayala, Gil, Sanz o Echanove. En definitiva, nos encontramos ante una película gloriosa y gozosa, tan personal como sus primeros guiones, pero en el que la maestría y la eterna perdurabilidad se rompen por mínimos y perdonables errores. En pantalla ha quedado un gran director y en las butacas, un millar de risas y lágrimas.
David Trueba ha pretendido hacer una película simple que refleje su mundo personal y el mundo en el que vive. Y para ello, se ha apropiado de una historia muy original que muestra un universo muy habitual, y no contento con esto, ha tratado de encontrar sencillez y ligereza en una estructura y hondura muy considerable. Sólo por ello David Trueba ya merecería todos los premios. Pero es que además, se ha encontrado nuevamente con la joya de su escritura. Con unos personajes igualmente hilarantes, representativos y profundos. Con unos diálogos lacerantes, perfecto reflejo de la calle. Y con unas situaciones en las que la comedia entra de forma tenue y reconfortante en el drama que esconden.
Así, Trueba y sus congéneres encuentran nuestra carcajada al mismo tiempo que nos acercan de forma irremisible a nuestras emociones. Y todas ellas las consiguen. Porque el objetivo se cumple a pesar de que por el camino queden algunas decisiones discutibles: la perfección de los diálogos se convierte en combate entre lo felizmente literario y lo discutiblemente real, el sublime personaje de Javivi se entiende maravillosamente pese a que le desee una sesión extra de logopedia, y Alejo Sauras se revela con la estupefacción que le pide el guión, pero incapaz de sostener la inmensa altura de López de Ayala, Gil, Sanz o Echanove. En definitiva, nos encontramos ante una película gloriosa y gozosa, tan personal como sus primeros guiones, pero en el que la maestría y la eterna perdurabilidad se rompen por mínimos y perdonables errores. En pantalla ha quedado un gran director y en las butacas, un millar de risas y lágrimas.
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