Existen muy pocos escritores que se mojen por un producto ajeno. Ayer, Almudena Grandes lo hizo. Dedicó toda su columna de El País Semanal a glosar una peli, "Yo también". Y no, no hizo una crítica, contó un cuento, contó su experiencia. Me hizo sentir lo que yo sentí cuando vi la peli. Me hizo llorar.
El terror no es una sensación, es un estado de ánimo, una forma de vivir.
Desde siempre, el cine americano nos ha llevado hacia la mentira. Nos ha estremecido con sustos, con pasillos que impiden ver el final, con hachas detrás de una puerta. Pero eso no es terror, eso es miedo puntual.
El terror es lo que te rodea y no se despega de ti. El terror es lo que se vivía al otro lado del Muro. El terror es lo que se palpa en la cotidinianeidad de estas dos chicas, que se disponen a vivir un episodio que marcará sus vidas.
Y para lograr esto, Mungiu no busca el terror por las vías del cine conocido. No sólo se aleja de pasillos y de hachas, también se aleja de apariciones de extraños o navajas que se integren en la trama. El terror nos lo muestra con una cámara fija, generalmente mal encuadrada que logra que nos lleguemos a olvidar de ella, que lleguemos a olvidar que hay un cuarto ojo.
Sólo con esa sensación, ya logra que nosotros devengamos testigos de su realidad. Pero Mungiu no se detiene ahí, va más lejos. Al elegir el punto de vista, no opta por la que chica que aborta, opta por su amiga. Y al hacer esto, nos mete mucho más en la historia, consigue que pasemos de testigos a protagonistas, que veamos el melodrama como nuestra vida real, que sintamos su terror, que identifiquemos si nos pudiera pasar a nosotros.
Todos estos recursos de guión y de dirección llegan a un punto extremo en una de las mejores escenas del cine moderno. El momento en el que se encuentran en una sola habitación el abortista, la embarazada y su amiga consigue un momento de realidad como sólo el cine no americano puede conseguir. Consigue que palpes su vida. Consigue que no te asustes. Consigue que sientas el verdadero terror.
Consigue que vivas lo que no viviste, el Comunismo, el terror en estado puro.
Llevo 10 años en mi trabajo vendiendo. Al principio lo odiaba, ahora lo amo. Antes creía que era colocarle algo a alguien que no lo necesita. No sé si es autoengaño o no, pero ahora considero que es satisfacer al otro, darle lo que le va a hacer un poco más feliz. Vamos, que es puro autoengaño. Un autoengaño que nos permite seguir viviendo. Bueno, el caso es que la semana que viene me voy al Festival de Cine Iberoamericano de Huelva a intentar encontrar un distribuidor, alguien que ponga pasta para pasarla a formato cine y enseñarla en las salas.
Metido en esa titánica tarea, he tenido que hacer que mi productora tuviera todo lo que no tenía. Y no me refiero sólo a dinero, sino a una marca, un logo, una identidad.
Éste es el resultado. Entre el pensamiento, el diseño y la ejecución, me ha llevado exactamente
Por razones que mi razón no entiende, el cine español raramente busca el buen cine comercial. O se mete en proyectos de fuga de cerebros o hace un cine de género para ningún público o hace proyectos de autor destinados a los festivales. Los tres tipos de cine me parecen correctos, lo que no me parece correcto es la ausencia de intenciones, de evitar casi por sistema un cine comercial y realista, un cine basado en la realidad para construir ficciones repletas de conflictos, de tensión, de cine.
Eso justo es lo que lleva haciendo Daniel Monzón desde hace cuatro películas. Eso justo es lo que le ha olvidado el público hasta hoy. Y digo hasta hoy porque tengo claro que Celda 211 va a tener un éxito comercial abrumador. No tengo dudas de que todo espectador que se acerque a verla va a gozarla, va a recomendarla.
Si "El corazón del guerrero" no logró captar a los adolescentes con su maravillosa mezcla de ficción y realidad, si "El robo más grande jamás contado" no hizo temblar de risas las plateas con su comedia de aventuras, si "La caja Kovak" no logró atraer al público con su estilo Brian de Palma, "Celda 211" no va a cometer el mismo error. Porque es tan grande su talento que es imposible no verlo, no disfrutarlo.
Todo nace de una construcción modélica. Los personajes son tan apasionantes que no hay forma de abandonarlos. La trama es tan potente y metafórica que no hay más remedio que subirse a ella. El ritmo es tan brutal que no te deja más que gozar. Los conflictos son tan crecientes que sólo deja que asome la intriga, la fuerza, la emoción.
Todo se junta para producir una enorme peli de acción, un monumento al cine carcelario, a la épica de los códigos del hampa. Cuando digo todo es todo. Es un guión sublime, es una música genial, es una fotografía poderosísima, es unas interpretaciones bestiales. Pero sobre todo y ante todo, es un personaje y un actor. Malamadre y Luis Tosar componen el acto fílmico más reseñable del reciente cine español, un personaje que va a pasar al léxico de la calle, del que todo el mundo dirá frases, al que todo el mundo se referirá, al que todo el mundo idolatrará.
Es lo que tiene el buen cine comercial. Que deja poso, que llega a la gente, que conquista la calle. Como Malamadre.
No hay nada más complicado que fusionar ficción y realidad, tener que contar una historia real bajo los influjos y expectativas de la ficción. Si eso ya es la batalla de todo guionista de biopics, añadirle a eso canciones le suma una complejidad que aleja a cualquier cuerdo del proyecto.
No lo logró con Julie Taymor. La autora de Frida vuelve al territorio de la mezcla de biografía, ficción y obra multiplicando la complejidad en su paso de la pintura a la música. Y lo hace con una brillantez y coherencia en la dirección que obliga a aplaudir hasta sus errores.
Sus aciertos no son sino el fruto de su talento. Las imágenes son tan poderosas, tan espeluznantemente bellas que llegan a apabullar. La dirección artística es tan notable que llega a sumergir. Las versiones de las canciones son tan cinematográficas que llegan a ser narrativas. La apuesta por el musical es tal que llega a hacer innecesario el texto no musicado.
Sus errores no son sino el fruto de la coherencia. Metida de lleno en la vida y obra de los Beatles, quiere preservarla tanto que la pone por encima de la historia y de los canones. Ello hace que se salte los tiempos hasta los puntos de giro, que haga que pueda volverse lento el inicio y moroso el desenlace. Ello hace que no corte el tramo más coñazo, el de una psicodelia que cuenta una época pero no una trama. Ello hace que no elimine algún personaje (Prudence), que aporta lo mismo que los Beatles a la literatura.
Y ello hace que Across the Universe no sea una obra para todos los públicos, pero sí una obra perdurable, representativa, tan llena de talento como meritoria. Una obra que te permite tararear, mover los pies, emocionarte, creer en ideales, drogarte con ellos. Una obra que te permite sentir la vida de los Beatles, despedirte con euforia desde una azotea.
La comedia romántica es un subproducto. Pero como todo subproducto puede dignificarse. Notting Hill, El cielo abierto y Antes del Atardecer han sido de los pocos en los últimos años que lo han conseguido.
La receta para dignificarla está muy clara. Pasa por alguna de estas tres cosas. La primera es conseguir hilaridad en la comedia, hacer reír hasta olvidarse de la endeblez de lo que se ve. La segunda es la profundidad del romance, hacer llorar con tanta sinceridad como filosofía. La tercera es la originalidad, optar por caminos nada transitados que saquen a la comedia romántica de la ruta al estercolero.
500 días juntos busca denodadamente por alcanzar su dignidad. Y lo hace por los tres medios.
Primero busca la originalidad. Toma decisiones aparentemente arriesgadas en la estructura no cronológica, en las imágenes pictóricas, en la aceleración del paso del tiempo. Pero no se atreve a arriesgarse del todo.
Luego prueba la hilaridad de la comedia. Y durante algún segmento lo consigue. Gracias a la empatía con el protagonista y a una cierta mirada irónica, logra risas durante 30 minutos muy agradecibles de su metraje. Pero de repente, le da miedo seguir por esa línea, continuar su apuesta por la corrosión.
Y entonces pasa a la última de las probabilidades, a buscar la profundidad en el romance. Y ahí quiere alejarse de los tópicos fáciles, del chico recupera chica, del final de Hollywood, de la parte dura del amor, de la droga de autoengaño en que puede convertirse. Pero lo hace sin convicción, sin ofrecer más filosofía que un artículo de revista.
Por eso, entre fotos llamativas, gracietas de test y reflexiones autoirónicas, acaba pareciéndose más al Cosmopolitan que a El graduado. Y es que, igual que el protagonista, el director también hace una mala revisión de la película germen de la comedia romántica moderna. En la acumulación, Webb olvida las recetas que Buck Henry y Mike Nichols encontraron.
La dignidad no está en la apariencia, está en la esencia. Si se quiere contar algo especial, si se cuenta desde las tripas, ya hay la materia prima para la comedia romántica. Lo demás está en la elaboración: en sumarle risas, en proporcionarle profundidad, en encontrar la voz original.
500 días juntos se preocupa por la elaboración, pero no tiene materia prima.
Éste es el blog para los tarados como tú y como yo, para los que estamos hartos de cine academicista, de adictos al plano fijo, al humor de vodevil y a la lágrima dulzona hasta producir diabetes. Éste es el blog para los que creemos que el buen cine nace de la observación y la incorrección, para los que ven la realidad como una película, y las películas como realidades. Éste es un blog para tarados. Éste es tu blog