No creo que suceda como con ese extraño fenómeno de masas que es "El gran silencio", pero sí me sorprendió ver ayer el cine Princesa abarrotado para ver la "película-conversación" de David Trueba, su desternillante y emotivo documento, su película. Porque lo que más me sorprendió no fue Fernán-Gómez, que me enamoró, sino que la película fuera tan suya. Me pareció que en su visión del mundo, en su humor y en sus contradicciones, en sus barbaridades y en su lucidez, había mucho del cine del pequeño de los Trueba, mucho de sus libros, mucho de lo que enseña, mucho de él. Mucho de lo que admira y manifiesta, muy poco maniqueísmo y mucha comprensión.
Como muchos de los que habitábamos la sala, mi novia entró con pánico ante una conversación filmada. Sin embargo, ella, yo y todo el resto de la sala pasamos un rato maravilloso. Salimos más felices y mejores personas, habiendo reído, aprendido y valorado. Es obvio que, por la elección del género, tiene muchas limitaciones, pero me encanta cómo Alegre y Trueba las asumen y se entregan a un ejercicio de cero autoría, de dejar que el genio hable y deje posteridad, de dejar que el genio se equivoque y se le quiera cada vez más. De verdad, que gracias a ellos, pasamos uno de los ratos más realmente divertidos y entrañables del año.
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