lunes, mayo 09, 2011

CARLOS (Olivier Assayas): 7


Ante una peli como Carlos, lo primero que uno siente es agradecimiento. Agradecimiento por todo el tiempo que ha pasado sin películas como ésta. Películas de espías, de complots internacionales, de alta política y bajas motivaciones, de cien localizaciones, de crímenes perfectos, de malos que son buenos, de buenos que son malos.

Ese agradecimiento se materializa en unas primeras 2 horas simplemente magistrales. Durante esos 120 minutos que reflejan el nacimiento y generación de un mito, el goce como espectador llega a extremos de orgasmo. El punto culminante es la secuencia del secuestro en la OPEP. Ese momento debería valer una vida. Quizá una película no pueda alejar tanto tan gran momento de su final. Quizá una vida no debiera alejar tanto tan gran momento de su muerte.

Y es lo que le pasa a “Carlos”, es lo que le pasa al personaje. Es tan grande su leyenda, su estrellato de rock que jode ver cómo inicia su proceso de degradación. Si hubiera muerto en el avión de la OPEP, quedaría como una leyenda de la masculinidad. Al seguir viviendo y acabar con problemas de próstata y exceso de grasa, acaba como una parodia del macho.

A la película no le llega a pasar eso, pero sí se resiente de la pérdida de actividad. La acción se torna espera; la espera, rutina; el pasado, futuro. Y los cortes de montaje se cargan más esta parte que la central, restan más en el prólogo y en el desenlace que en el nudo.

“Carlos” anhela morir al final de una escalera. Cree que es su sino como creía en la Revolución, con más ansia de mito que de realidad, con más ganas de ser el Che por la foto que por sus conquistas. Probablemente, Carlos no sería legal, pero marca una época: el camino que va de mayo del 68 a una liposucción.

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