lunes, diciembre 27, 2010

BIUTIFUL (Alejandro González Iñarritu): 8


Hace 3 años nos planteábamos en este foro qué sería de las carreras de Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu después de su ruptura.

Tras su primer combate, ya podemos decirlo: ha habido empate. Un empate que significa una derrota para los dos. Porque “Lejos de la tierra quemada” y “Biutfiful” son películas estupendas. Duras y profundas como su cine en común, agresivas y con calado como “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”, bestiales y comprensivas. Ambas películas son notables, pero no alcanzan el sobresaliente que conseguía su colaboración.

Biutiful es por lo menos tan buena como Lejos de la tierra quemada. Pero si nos olvidamos de comparar, si nos centramos en vivir una película sobre la muerte, podemos ya decir que nos hace vivir muriendo.

Parte de un planteamiento que nos sitúa en un nuevo mundo. Un nuevo mundo en el Viejo Mundo. Un nuevo mundo que es la cara B de la Barcelona turística, las canciones desechadas de los grandes éxitos del Romanticismo. Un nuevo mundo formado por las cloacas del capitalismo. Y esas cloacas son las que alimentan el sistema, echan carbón hasta encender primero y quemar después sistemas y conciencias, almas y cuerpos.

A ese mundo pertenece Uxbal. Dentro de ese mundo, trata de sobrevivir y hacer sobrevivir. Por su profesión, es demonio visto desde fuera y es ángel cuando lo conoces. Uxbal no es ni más ni menos que el mejor actor del mundo. El despliegue de recursos y dignidad que hace Javier Bardem le vuelven a convertir en el quizá mejor actor de la historia. Su capacidad para llenar la pantalla no es más que su arma para liderar un reparto, al que acompaña, transmuta y eleva, transformándose en el medium del espectador, el que nos permite comprender un mundo que no queremos comprender.

Iñárritu se agarra a su medium y a la fortaleza visual y de puesta en escena del mejor director vivo en rodaje y montaje. Lástima que los conflictos no tengan toda la crudeza metafórica de los de su exguionista. Lástima que la música de Santaolalla no te lleve al éxtasis de “Amores perros”. Pero todos sus recursos sí te llevan a la carne y al alma de Uxbal, a vivir el mundo del que rehuimos pero encontramos, a comprenderlo y emocionarte sin que deje de acojonarnos.

La bestialidad se tiñe con su bondad natural. Y es que la bonhomía del director pierde cine al dejar de mezclarse con la dureza del guionista. En el conflicto, ambos empatan, ambos pierden.

Pero el espectador se va a casa sin consuelo y con los lacrimales vacíos. Ha vuelto a ver una peli extraordinaria, un documento tan necesario como estremecedor, unas vidas tan reales como irreales.

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