¿Hay más verdad que la mentira? ¿Es más importante la verosimilitud que la verdad, el espíritu que la letra?
El cine, la literatura, el teatro, el arte ha construido su historia en base a esto. No hay biografía más falsa y aburrida que la totalmente realista. No hay retrato más fiel que el que toma la persona y la vuelve personaje.
El apasionante protagonista parte de un punto extraordinario: él es personaje. Probablemente ni él mismo sepa qué hay debajo de su bigote teñido y de su nuevo nombre. Probablemente nadie sepa qué hay en Enric Marco que no sea impostura. En su propia persona, su verdad y su ficción se mezclan tanto que, como en el cine, generan una nueva verdad. Un tipo que nos mueve a reírnos y a conmovernos, a sorprendernos y a cabrearnos.
Si eso es la persona o el personaje, lo que cuenta todavía más allá. Y lo que cuenta nos lleva a plantearnos mil preguntas. En un principio, casi todas parecen de respuesta obvia, pero a medida que avanza la narración, a medida que conoces al personaje, todas esas respuestas comienzan a hacerse relativas, comienzan a verse fundidas por la duda.
El éxito del documental está en dejar que la persona sea personaje, que él lo infunda todo. Ante su absoluta modestia de medios, se conforma con colocarle entre imágenes tan potentes y metafóricas como todas las que lo sitúan entre espejos que se reflejan hasta hacerle desaparecer, entre espejos que hacen que su historia se difumine configurando un nuevo significado. Ante su falta de recursos, los directores apuestan por dejar que las preguntas salgan y no interferir en su respuestas.
¿A quién hirió con su mentira? ¿Qué fin consiguió con su nueva verdad? ¿Por qué necesitaba ser protagonista de una vida que no era la suya? ¿Hay más verdad en su emotiva mentira que en los fríos números de los historiadores? ¿Hay más ética en su comportamiento que en el silencio de los pocos supervivientes?
¿Se puede ser buena persona, comportándose como una mala persona?
No hay comentarios:
Publicar un comentario