martes, octubre 20, 2009

YO, TAMBIÉN (Álvaro Pastor y Antonio Naharro): 8


Huyo como la peste de las películas biempensantes. No hay nada que más me fastidie que me hagan tragarme una peli para trasladarme un mensaje tan obvio como políticamente correcto. Todo esto es cierto. Pero si es cierto que huyo del cine con mensaje, no hay nada que más me emocione que ver verdad en pantalla.
Aunque esa verdad sea el trasunto de un mensaje. Pero cuando hay verdad, hay vida. Y cuando hay vida, no importa el objetivo, sólo la vivencia.
Mi vivencia empieza con el primer acorde, con la primera imagen de “Yo, también”. Mi vivencia continúa con el primer plano. Ahí, sobre el título de crédito, se aprecia un plano necesariamente fijo que no lo es. Un plano absolutamente imperfecto que deviene en marca de estilo de lo que vamos a ver después. Y lo que vamos a ver después no es perfecto, es natural. No es ficción, es verdad. No es cine, es realidad.
Lo que vamos a ver a ver después es una oda al cine verité que huye del dogma para dar un nuevo sentido a la cámara en mano. Que elude la belleza del encuadre para captar la vida allá donde y como esté. Que obvia el plano-secuencia para no anticiparse a los actores. Que deja que éstos gobiernen la trama en lugar de ser presa de guión. Que prefiere el cariño que nace del defecto a la impostura que nace de la virtud.
Lo que vemos después es puro sentimiento. Lo que sentimos los espectadores cuando Pablo Pineda empieza su primer día de trabajo, cuando su madre le lee un libro en inglés, cuando va a su primera fiesta laboral, cuando realiza cualquier actividad cotidiana, convirtiendo la rutina de otros en magia para él y para nosotros. Lo que sentimos los espectadores cuando su imperfección se torna perfecta para Lola Dueñas. Lo que sentimos los espectadores cuando sus vidas se suman y en el resultado se multiplican.
Lo que nos emocionamos los espectadores cuando vives cómo lo perfecto es enemigo de lo natural, la ficción es enemiga de la verdad, el cine puede ser amigo de la realidad. Lo que lloramos los espectadores cuando una peli biempensante se convierte en una vivencia que no es sino celebración del defecto, de la vida.

2 comentarios:

Tuco dijo...

Soy un ignorante en relación a los aspectos técnicos de la película, y sin obviar que la técnica a veces tiene un objetivo, como bien dices en tu crítica, para mi algo más de encuadre y mejor sonido siempre me gusta. En cualquier caso, esta película tiene 3 momentos sublimes:
1. Cuando Pablo le dice a su madre que por qué no lo aceptaba como era, que su deseo de que fuera normal le generó infelicidad porque nunca alcanzaría lo mismo que las personas normales. Muy apropiado en una época en la que queremos que nuestros hijos sean perfectos.
2. El momento del reencuentro familiar, en el que se se proyecta en tu cabeza una historia, una historia para tu imaginación, con un drama implícito pero que se hace durísismo por las expresiones de los protagonistas.
3. Los prejuicios de la protagonista, que si bien le quiere hacer feliz a Pablo, dandole lo que desea, el prejuicio social le impedirá hacer público su sentimiento.

La película es muy buena, pero no le hubiese dado el premio a Pablo por su papel.

Alberto Córdoba dijo...

Tuco, me encantan los momentos que has elegido. Aunque mi momento favorito es cuando la madre le le en inglés. Hay tanta verdad y belleza, que comprendes todo lo que ha vivido, todo lo que ha pasado, todo lo que ha conseguido