Cuanto más vive uno, más manías tiene. Cuanto más se dedica a algo uno, más inflexible se vuelve. Cuantas más pelis veo, más odio ciertas cosas.
Una de las que más odio es el afán de tratar de contar una historia que sucede en muchos años. Creo que el cine está hecho para lo anecdótico, para un relato breve y pequeño que se vuelve símbolo de algo mucho más grande. Cualquier otro cine me resulta poco cine.
Cuando entro en la familia de El primer día del resto de tu vida y veo el continuo cambio de años, me doy cuenta que voy a tener que luchar contra mí mismo, contra mi intolerancia. E inicio mi lucha desconfiado. Sin embargo, al cabo de un rato, me doy cuenta de que he dejado de luchar contra mí, que me he dejado llevar por su humor, por su costumbrismo, por sus personajes.
El mérito es más del guión y de la edición que de la dirección. Aunque cuenta algo tan grande como la vida de una familia en doce años, no lo hace recurriendo a su día a día, sino que busca un solo día cada 3 años para poder contarlo todo. Y en la concentración, la peli encuentra su forma, la trama encuentra su cuerpo, la narración llega a su tono.
Su tono es el de una comedia agradable familiar, donde las disputas parecen reales y la ternura no suena a impostura. Donde los personajes no necesitan idealización ni crecimiento. Donde la belleza está más en lo pequeño que en lo grande.
Por eso El primer día del resto de tu vida logra mantenerte durante todo el metraje con una sonrisa y un amago de emoción. Logra atarte a la silla con la certeza del que sabe que lo que va a venir te va a gustar sin llegar a epatarte. Logra que sigas a su familia sabiendo que es tan real como la tuya. Logra en el plano final convertir el amago en emoción pura.
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