lunes, septiembre 22, 2008

VICKY CRISTINA BARCELONA (Woody Allen): 7

Woody Allen nunca se queda quieto. No sólo es que haga una película por año. Es que además en cada peli trata de probar algo nuevo. Unas veces lo prueba con saltos de cámara (Desmontando a Harry), otras te hace saltar al otro lado de la pantalla (La rosa púrpura de El Cairo) otras te mete un coro griego (Poderosa Afrodita) o uno postmortem (Scoop), otras trata de devenir Fellini (Recuerdos) y otras Bergman (Susurros y sombras). Esta vez ha decidido volverse Rohmer.

Sí, porque cuando se inicia Vicky Cristina Barcelona, lo primero que sorprende en el maestro de los diálogos es la voz en off. No es un narrador típico de película de Hollywood, es un narrador robado directamente de los narradores de Eric Rohmer. Una voz que te cuenta literariamente cosas que no ves en pantalla y que dan mucha más información que la que la historia requiere. Esa figura tan poco cinematográfica se vuelve omnipresente, perenne. Quizás al principio parece que lastre la narración, pero cuando se vuelve hábito, llega a devenir estilo. Y como en Rohmer, eso le da fuerza, diferencia.

También Bardem podría ser un personaje del genio de la Nouvelle Vague. Su Juan Antonio parece la versión masculina de La coleccionista. Su obstinación nada futil en ligarse a todo bicho viviente, en manos de otro le habría convertido en un bon vivant. Pero en las manos del rohmeriano Allen, se vuelve un personaje torturado por tratar de hacer felices a los demás. Todo eso lo consigue gracias a su forma de narrar, pero sobre todo gracias a un excelso Bardem, que huye de su dominio de la interpretación cómica para centrarse en seguir explorando su catarata de recursos. Una vez más, Bardem vuelve a demostrar que es el único actor vivo capaz de no imitarse a sí mismo, de tener un millón de gestos distintos. No hay en su Juan Antonio nada de ninguno de sus personajes anteriores. Todo es reinvención, todo es invención.

Así, gracias a él, a Rohmer y a una Penélope Cruz en estado de gracia asistimos a una comedia que no lo es tanto, y a un drama que tampoco es tan profundo. Todo está a caballo entre lo ligero y lo profundo, entre lo emocional y lo anecdótico. Como casi siempre que obvia tener un claro alter ego, Allen no alcanza el esplendor de sus mejores obras. Pero sigue intentándolo. Y como el francés, lo intenta por caminos que le hacen parecer un viejo verde. Pero no le importa, él lo sigue intentando.

Lo que sí que no cambia es su mirada. Su mirada es tan turística como la que hizo sobre Londres o la que hace sobre Nueva York, es la de un artista empeñado en pintar el mundo exterior del modo más bonito posible para que luego contraste con el mundo interior, la de alguien con la eterna insatisfacción del que busca sabiendo que la felicidad está en no encontrarlo. Es esa búsqueda la que hace que Allen nunca se quede quieto. La que nos asegura que el próximo año volverá a intentar algo distinto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Me parece muy diferente a lo que había hecho en los últimos tres años.
Por ponerle una pega, no me gusta la canción que hace de banda sonora.
Creo que ya ha rodado su próxima peli y su nueva musa es Rebecca Hall.

Alberto Córdoba dijo...

Tienes razón. La banda sonora es patética. seguro que en el extranjero les encanta, pero aquí no puede sonar más tópica. y la canción principal es simple y llanamente patética.
A su asesor musical habría que darle el mismo tratamiento que al productor que le pidió que hiciera que Rebecca Hall fuera una "estudiante de la identidad catana"