El cine de Kim ki Duk es diferente. Lo es tanto que alcanzó cierta fama que ahora comienza a desaparecer. Se volvió una moda. Y no lo es. Es un cine hecho para quedarse.
Sus películas aprovechan todas las posibilidades de expresión del cine. Es de los pocos directores que ha sido capaz de alejarse de la novela, como medio de narración. En su cine no hay lugar para digresiones, ni para variedad temática, ni para las palabras, ni siquiera para las escenas de transición. Todo es directo, todo es mínimo, todo es imagen, todo es metafórico.
Aliento es fiel a su propia línea. Pero no tan sumamente fiel como en la excelente El arco o en su obra maestra, Hierro 3. Hay más personajes y quizá más historia. Hay menos poder visual y quizá menos fuerza conceptual. Hay la misma capacidad de atracción y el mismo humor marciano. Hay Kim ki Duk en su más pura expresión.
Una expresión que garantiza autoría, pero no aburrimiento. Una expresión que garantiza diversión, pero no banalidad. Fuerza, pero no brutalidad. Sensibilidad, pero no cursilería.
Es Kim ki Duk. Un maestro que a algunos les impresionó, pero un maestro que llegó para quedarse.
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