Lo primero que sorprende en "Drive" es su estética ochentera. Pero puestos a asumir dicha imagen, ni siquiera elige la de Spielberg, hace como Tarantino y se va a por lo peor para hacer de lo mejor. Así en pantalla, vemos deslizarse la filmografía de Adrian Lyne o de Jerry Bruckheimer.
El hito llega ya con esos títulos directamente robados de lo más kitsch, de Flashdance.
Todo sirve para darle un aspecto único a un personaje y una secuencia inicial apasionantes. A partir de ahí, nos metemos en un trama que intenta ser "Le samouraï", pero olvida que eso supone lograr la precisión en el guión de Melville.
Pero entre imágenes alucinantes y secuencias de acción sublimes, llegamos a un último tercio en que, queriendo convertirse en Cronenberg, a Nicolas Winding Refn, se le va la mano con la violencia. Y donde quiere ser seco resulta gore. Donde quiere resultar brutal, resulta desagradable.
Ese tercio final, pleno de incoherencias de guión, lastra gran parte de los logros de una película de arte y ensayo que quiere ser para todos los públicos. De una película para todos los públicos que quiere ser de arte y ensayo.
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