Nunca me han gustado las películas de guerra. Por eso no me gustó En tierra hostil. Por eso no me atrevo a decir que no sea buena.
Pero el caso es que me aburrió. El caso es que salí igual que entré. El caso es que no me hizo pensar. Sólo me hizo vivir un rato la guerra. El suficiente guerra para saber cómo es. El suficiente rato para que se me hiciera reiterativa, redundante.
El problema nace de mí, de que no me interesen las películas de guerra. De que no me generen ninguna empatía.
El problema crece cuando la directora decide que no haya una mínima trama de ficción, un hilo común entre las escenas. Eso provoca que las escenas se superpongan hasta hacer desaparecer la necesidad de que venga una más.
Y finalmente, el problema explota ante la ausencia de relaciones. La decisión de no incluir una sola relación humana probablemente refleja la guerra, pero desde luego no me la hace nada interesante.
El resultado es el desinterés. El resultado es el aburrimiento. El resultado es la no reflexión. El resultado es que salí igual que entré.
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