viernes, octubre 13, 2006

EL DIABLO SE VISTE DE PRADA (David Frankel): 5,5

En tiempos de auge de las “fashion victim”, de proliferación de la mujer en puestos directivos y de problemas de conciliación entre la vida laboral y familiar, aparece una película tan sociológicamente oportuna como El diablo se viste de Prada.

Ante todo, es un producto más de la Fábrica de los Sueños. Responde al prototipo de película hecha para soñar durante un rato y olvidar el resto de la vida. Responde a la típica historia del patito feo que se convierte en cisne. Pero como manda el manual de procedimientos de fabricación, aunque el cisne se vea más apreciado al embellecerse las plumas y surcar los lagos, descubre que era más feliz cuando no era mucho más que un patito feo. Y por supuesto, no era tan feo.

Como tal, la película de David Frankel no tiene más relevancia. Su guión puede predecirse milimétricamente en el minuto cinco. Su interés viene más de la conexión con una audiencia mayoritariamente femenina que siempre ha soñado con portar un bolso de Prada, unos zapatos Manolo Blahnik o un vestido de noche de Valentino. Así, al modo de la eterna Audrey Hepburn o de la vieja Pretty Woman, la protagonista descubre que hay vida más allá de las chaquetas de punto y las faldas de franela. Deslumbrada por la luz de las prendas en el viaje en que lucha por que sus sueños se conviertan en realidad, Andrea tiene que entrar a competir en una revista que puede ser fiel reflejo de muchos de los males de la empresa actual.
Todo nace de la estructura y la estructura hace cultura. Andrea es contratada como asistente de la asistente de Miranda Priestley, la redactora jefe de una revista. Si su misión nunca llega a saberla; la de su compañera, menos. Cada una de ellas se embarca en una lucha interna en que el único cometido es cumplir con la tarea que se le acaba de encomendar. Su mirada nunca pasa de la hora de la comida, que por supuesto, no es sino la del ayuno. Ninguna de ellas propone nada, ninguna de ellas define nada, todo lo decide Priestley. Eso supone sobreesfuerzos por duplicidades y nulo aprendizaje colectivo. Cada una de ellas acaba sin vida, pero con el estómago más plano. Perfectamente estilizadas para el siguiente vestido. Perfectamente ineptas para nuevas responsabilidades.

Pero si el estilo de dirección proviene directamente del organigrama, lo peor es que en el proceso, las asistentes se olvidan de para quién trabajan. Como muchas de las empresas en las que vivimos, la orientación al jefe provoca el olvido sistemático del cliente. Si las asistentes sólo piensan en satisfacer a la redactora jefe, la redactora jefe sólo piensa en satisfacer a su accionista. Para ello, las primeras son obligadas a luchar entre ellas, y la segunda se dedica a dar codazos a la otra redactora jefe. El resultado es que el propio accionista pierde dinero por desembolsos ridículos, a los proveedores se les da un trato cochambroso y de los lectores no se habla hasta que el producto llega al quiosco.

Las reuniones de preparación de la edición se parecen a muchos Comités de Dirección. No sólo es que Priestley lo decida todo y lo deniegue todo, es que sujetos a la dictadura del conocimiento de la jefa, nadie tiene más que aportar que corroborar la opinión de Priestley. Y tras años al frente de la revista, el indudable talento de ésta deviene repetición por falta de ideas ajenas y alejamiento del mercado. Porque es que, por encima de todo, en las reuniones internas se habla de producto o de ventas, no de clientes. Nadie se detiene a analizar qué producto quiere el cliente, qué le interesa al lector, qué nuevos nichos de compradores aparecen. No se hace más que la revista que Priestley quiere. Si se vende la revista o no, los lectores lo decidirán. Poco tardarán en denegar a Priestley como ella lo hace con sus asistentes.

En la reunión se habla de elaboración de producto o de ventas, no de clientes. Nadie se detiene a analizar qué producto quiere el cliente, qué le interesa al lector, qué nuevos nichos de compradores aparecen. No se hace más que la revista que la jefa quiere.
La revista inventada por Hollywood seguirá sin aprender del propio Hollywood. Ese Hollywood que, calidad o arte aparte, siempre está al tanto de lo que gusta y preocupa, de lo que el público busca y paga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Increible que una película tan tonta te de para tanta crítica. Yo no puedo comentar mas que lo bonita que era la ropa, lo buenas que estaban las palomitas y que Rafa, como siempre, se quedó dormido.