La cartelera es una ruleta rusa. Hay muchas películas sin nada que lo obtienen todo. Hay algunas películas con todo que son ninguneadas por crítica y público. "v.o.s." no pertenece a este último grupo, lo lidera.
Toda crítica es subjetiva, ésta también lo es. Y admito que la última criatura de Gay cuenta con múltiples elementos que hacen que me guste, que satisfaga mis obsesiones.
El primero es su condición de metacine. Su condición de obra entre la realidad y la ficción, entre la creación y lo creado, hacen de ella algo moderno, real, tanto como la inevitable voz en off que todos tenemos dentro mientras vivimos nuestra vida.
El segundo recurso es su no adscripción a un género, su decidida apuesta por la vitalidad de la comedia y el poso del drama, por la ligereza de la risas y el anclaje a la dura realidad de las relaciones.
El tercero es su cinefilia militante. Una cinefilia que le lleva a homenajear casi de forma involuntaria, difícilmente eludible. Como con Tarantino, se trata de una forma de vivir la vida en la cual el cine siempre está presente, en la cual las películas vistas pasan a integrarse en la vida y ser foco, referencia, personajes.
El cuarto y último es su pequeñez. La lleva tan lejos como para titular en minúsculas. Si con los otros me divierto y afilio, éste me lleva directamente a identificarme. Gay no cree estar contando la película definitiva. Quizá no cree que ésta exista. Quizá la película definitiva es la que es capaz de contar la normalidad de la vida de forma que consiga que capte esta normalidad y al mismo tiempo, la haga milagro.
Y él lo consigue. Consigue captar la verdad y encontrar el aura. Consigue hacernos reír con el día a día y emocionarnos hasta la lágrima con el milagro del nacimiento. Consigue hacer la película que siempre quiso hacer Woody Allen: mostrar la tragedia que es la vida, haciendo que el tiempo y la distancia del cine, la tornen comedia.
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