Nada de lo que diga tiene a partir de ahora ningún valor. Estoy encerrado en un tren. Estoy en la bella localidad de Calatayud. La nieve me rodea y llevo una hora sin avanzar. Estoy con una cerveza y dos copas, tomando la tercera. Estoy feliz.
Acabo de ver Mamma mia. Acabo de llorar, acabo de carcajearme, acabo de reír, acabo de bailar con la imaginación, acabo de martillear el suelo con mis pies. Acabo de volver a disfrutar del noble arte de dibujarte una sonrisa en el rostro y no arrancárterla hasta el icono de copyright.
Sé que no pasará a la historia. Sé que en un rato me habré olvidado de ella. Sé que no será analizado por analistas sesudos. Sé que yo no debiera analizar en este blog. Sé que mi esnobismo la condenó a mi ostracismo en taquilla. Sé que mis pies, mi estómago, mi mandíbula, mis cuerdas vocales la han gozado como pocas.
Nada de lo que estoy diciendo tiene ningún valor. El único valor está en lo que he vivido. Y lo que he vivido no es reflexión, es evocación. No es realidad, es sueño. No es análisis, es experiencia. No es vida, es magia.
La magia no la genera una sublime Meryl Streep. La magia tampoco la genera un montaje superlativo. La magia ni siquiera la genera la misteriosa complicidad de la música de Abba. La magia la genera una coherencia entre forma y fondo tan profunda que hace que las letras adquieran vida, que los sueños se vuelvan tangibles, que la culebronesca trama adquiera ironía, que la risa tornre felicidad y los pies se vuelvan alas.
La magia es vida. Y películas como Mamma mia no volverán a ser mencionadas en mi blog, pero ayudan a hacer un mundo mejor. Ayudan a que tengamos más vida.
Podría seguir explicando la magia, pero nada hay como darle al Play. Puede que el esnobismo haga que el ganador se lo lleve todo. Puede que el perdedor se quede sin nada. Pero ¿qué más da perder cuando has disfrutado del partido?
Acabo de ver Mamma mia. Acabo de llorar, acabo de carcajearme, acabo de reír, acabo de bailar con la imaginación, acabo de martillear el suelo con mis pies. Acabo de volver a disfrutar del noble arte de dibujarte una sonrisa en el rostro y no arrancárterla hasta el icono de copyright.
Sé que no pasará a la historia. Sé que en un rato me habré olvidado de ella. Sé que no será analizado por analistas sesudos. Sé que yo no debiera analizar en este blog. Sé que mi esnobismo la condenó a mi ostracismo en taquilla. Sé que mis pies, mi estómago, mi mandíbula, mis cuerdas vocales la han gozado como pocas.
Nada de lo que estoy diciendo tiene ningún valor. El único valor está en lo que he vivido. Y lo que he vivido no es reflexión, es evocación. No es realidad, es sueño. No es análisis, es experiencia. No es vida, es magia.
La magia no la genera una sublime Meryl Streep. La magia tampoco la genera un montaje superlativo. La magia ni siquiera la genera la misteriosa complicidad de la música de Abba. La magia la genera una coherencia entre forma y fondo tan profunda que hace que las letras adquieran vida, que los sueños se vuelvan tangibles, que la culebronesca trama adquiera ironía, que la risa tornre felicidad y los pies se vuelvan alas.
La magia es vida. Y películas como Mamma mia no volverán a ser mencionadas en mi blog, pero ayudan a hacer un mundo mejor. Ayudan a que tengamos más vida.
Podría seguir explicando la magia, pero nada hay como darle al Play. Puede que el esnobismo haga que el ganador se lo lleve todo. Puede que el perdedor se quede sin nada. Pero ¿qué más da perder cuando has disfrutado del partido?
1 comentario:
Por fin se menciona en este blog una peli normal
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