miércoles, mayo 20, 2009

GENOVA (Michael Winterbottom): 7,5


Winterbottom es Dios. O al menos, es mi dios. Para mí no hay nadie que ruede como él. No hay nadie capaz de captar igual la verdad, tan hábil para convertir la cotidianeidad en magia, la persona en rol, la vida en cine.

Y para mí eso es ser Dios. Si eres capaz de hacer de la vida cine, has llegado a lo máximo. Y eso supone apostar por la normalidad. Supone creer en el ser humano. Supone entender que a la platea pueden importarle acciones iguales a las de su vida diaria. Supone jugar a sorprender con rutina. Supone ser fiel a la verdad.

Y Winterbottom siempre lo es. Ruede guiones de Laurence Coriat o de Boyce Cottrell, la narrativa siempre tiene menos importancia que la vida. Siempre busca normalizar las historias hasta hacerlas cotidianas. Con las de género de Boyce Cotrell lo consigue. Con las de Coriat apenas tiene que hacer el más mínimo esfuerzo.

Con Wonderland alcanzó su cenit de este cine. Ninguna película explica nuestra vida actual al mundo futuro como Wonderland. Nadie dice tanto diciendo tan poco, nadie capta el alma de una ciudad moderna como Winterbottom-Coriat con Londres 1999.

La ecuación trata de repetirse con Genova, esa ciudad que no es sino un limbo. En lugar de hacer de Nanni Moretti o de Todd Field, Winterbottom muestra sin exceso de tormentos cómo la vida de una familia cambia con la muerte de una madre. Pero eso no significa que cambie todo. La adolescente no va a dejar de querer gustar. El padre no va a dejar de querer dar clase. La niña pequeña no va a dejar de querer jugar. Como en la vida, las cosas son mucho más sutiles. El dúo Winterbottom-Coriat hace que sean tan sutiles que son verdad.

El problema es que de ahí nace una historia con menor impacto narrativo de lo esperado, donde la emoción aparece más al principio que al final, donde el esperador se sorprende por el giro hacia la rutina de tamaña irrupción inicial.

Winterbottom es fiel a sí mismo. Vuelve a lograr todos sus logros. Pero extrañamente ese problema hace que no alcance las cotas de lirismo, de profundidad, de emoción que alcanzan todas sus películas. Volverán. Porque nadie seguirá rodando como él, nadie como él para convertir la vida en cine. Porque nadie es Dios, sólo él.

LA VERGÜENZA (David Planell): 6

La papelera está llena de historias tiradas. Son argumentos excelentes cuyo desarrollo es incapaz de aprovechar su potencial. Generalmente son problemas de guión, raramente de dirección. La vergüenza no pertenece a esta categoría.
En la papelera apenas hay guiones estupendos cuya ejecución es incapaz de hacer realidad el papel. La vergüenza sí pertenece a esta categoría.
El argumento es insigne. Una pareja izquierdista, biempensante, educada para no dar a su hijo más que reprimendas cursis se encuentra con que su hijo adoptado es poco menos que el diablo vestido de peruano. Y ni quieren ser racistas, ni quieren ser dictadores. Eso les conmina a ser lo que no son, a ser lo que han aprendido a no ser. Y eso les sitúa en un punto en que cada uno tiene un interés opuesto.
Partiendo de esta premisa y siendo David Planell fiel a su propio estilo, a los diálogos afilados y mordaces, al tiempo real y espacio único, el director podía haber confiado en su material y lograr una película épica en lo íntimo, capaz de hacer discurso de cada discusión, metáfora de cada actuación.
Sin embargo, no lo hace. Alguien le convence de que se vuelva más cinematográfico. Y sale innecesariamente de la casa. Y mete el innecesario personaje de la criada que es madre. Y dobla al niño actor. Y no respeta el tiempo real. Y rueda mal y encuadra peor.
El guión es tan poderoso que todo ese cúmulo de malas decisiones no dan traste con la película. Y consigue situaciones potentes, risas varias y un par de momentos notables. Pero sigue quedando el poso de lo que pudo haber sido. De lo que no es. Todo por no haber sido fiel a sí mismo.

miércoles, mayo 13, 2009

Cine Forum: PLÁCIDO (Luis Garía Berlanga)


Cualquier película que se precie debiera marcarse como objetivo ser representante de su tiempo. Pocas lo consiguen. Pocas logran que viéndola, veas su sociedad, alcances a conocer todos los entresijos de las conciencias, de los hábitos, de las relaciones. Plácido es representante de su tiempo, es hija y madre de su tiempo.

Asusta ver lo que éramos, alegra ver lo que hemos evolucionado, acojona ver lo que en esencia somos. Todo eso me surge cuando veo Plácido. Veo una sociedad de hace cuarenta años y no veo apenas diferencia con la del siglo XIX. Veo una sociedad donde la picaresca es la norma, la convención la forma, y la pobreza sólo adorna. Veo una sociedad en blanco y negro, donde Franco estaba en cada casa y la condición humana en cada esqueleto. Veo una sociedad tan lejana en forma que me hace preguntarme si somos tan lejanos en el fondo.

Y no tengo respuesta. Supongo que soy optimista. Todo lo optimista que no son Berlanga ni Azcona. A cambio de pesimismo, ellos ofrecen risas. Muchas risas. Pocas películas son capaces de derrochar humor, de lograr que un chiste se encadene con otro chiste, que haya gags que queden tapados por la risa del anterior, que todo el metraje esté acompañado de carcajadas. Quizá sea la película española con mejores diálogos de la historia, desde luego es la más representativa de la sociedad del franquismo, quizá sea para siempre la película más representativa de nuestro humor.

OTRAS RECOMENDACIONES DEL AUTOR:
1. El verdugo.
2. Calabuch
3. Los jueves, milagro
4. Vivan los novios
5. Todos a la cárcel

martes, mayo 05, 2009

CONTROL (Anton Corbijn): 7

El biopic musical es un subgénero en sí mismo. Y como todo subgénero, está sujeto a unas reglas muy escritas.

Ha de tratar al cantante con comprensión, con veneración, pero mostrando las consecuencias de sus actos. Ha de mostrarle en mil y un conciertos gozando de su arte. Ha de ofrecer todos los eventos biográficos de su vida.

Control es mejor biopic de Ian Curtis cuanto más se aleja de estas reglas. Si hubiera seguido las enseñanzas del propio creador de Joy Division hubiera buscado la tristeza poética en sus formas y en su ente, y no en sus acontecimientos.

Por ello, lo mejor de la peli está cuando no se plantea narrar su vida, sino simplemente ofrecerla. Hay verdadera vida en su prólogo cuando conoces y predices a Ian Curtis en un solo plano, en una sola calada, en una sola mirada. Ese plano, esa calada, esa mirada basta para saber todo lo que viene después. La autotortura, la culpa, la ansiedad por ser normal cuando es imposible que lo sea ya está tratada, ya está justificada, no hace falta ahondar en ella. Y a veces, Corbijn trata de hacerlo. Y trata de hacerlo recurriendo a los acontecimientos: a su boda, al nacimiento de su hijo, a su infidelidad, a su enfermedad.

No era necesario. Lo que importa es lo que sale de su boca, esa poesía maldita que te envuelve y te hace más bella la tristeza, más poderosa la fealdad, más inteligible el mundo interior en el que habita. Esos momentos los logra de dos formas: una es muy clara, y no es mérito suyo: son sus canciones, simplemente sublimes. La segunda sí es mérito del director: son sus actores. El trabajo de Samantha Morton es extraordinario, sincero, profundo, verdadero.

La actuación de Sam Riley es otra cosa. Es otro nivel. No es actuación, es asunción. No es personaje, es personalidad. No es recreación, es creación. Su interpretación tiene tal carisma, tal fuerza, tal verdad que ya desde la primera escena, lo comprendes, lo veneras, conoces todas las consecuencias de sus actos. No necesitas saber nada más de él porque todo está en su mirada, en sus silencios, en sus actos siempre a contracorriente de un tipo que simplemente quería ser corriente.