martes, mayo 05, 2009

CONTROL (Anton Corbijn): 7

El biopic musical es un subgénero en sí mismo. Y como todo subgénero, está sujeto a unas reglas muy escritas.

Ha de tratar al cantante con comprensión, con veneración, pero mostrando las consecuencias de sus actos. Ha de mostrarle en mil y un conciertos gozando de su arte. Ha de ofrecer todos los eventos biográficos de su vida.

Control es mejor biopic de Ian Curtis cuanto más se aleja de estas reglas. Si hubiera seguido las enseñanzas del propio creador de Joy Division hubiera buscado la tristeza poética en sus formas y en su ente, y no en sus acontecimientos.

Por ello, lo mejor de la peli está cuando no se plantea narrar su vida, sino simplemente ofrecerla. Hay verdadera vida en su prólogo cuando conoces y predices a Ian Curtis en un solo plano, en una sola calada, en una sola mirada. Ese plano, esa calada, esa mirada basta para saber todo lo que viene después. La autotortura, la culpa, la ansiedad por ser normal cuando es imposible que lo sea ya está tratada, ya está justificada, no hace falta ahondar en ella. Y a veces, Corbijn trata de hacerlo. Y trata de hacerlo recurriendo a los acontecimientos: a su boda, al nacimiento de su hijo, a su infidelidad, a su enfermedad.

No era necesario. Lo que importa es lo que sale de su boca, esa poesía maldita que te envuelve y te hace más bella la tristeza, más poderosa la fealdad, más inteligible el mundo interior en el que habita. Esos momentos los logra de dos formas: una es muy clara, y no es mérito suyo: son sus canciones, simplemente sublimes. La segunda sí es mérito del director: son sus actores. El trabajo de Samantha Morton es extraordinario, sincero, profundo, verdadero.

La actuación de Sam Riley es otra cosa. Es otro nivel. No es actuación, es asunción. No es personaje, es personalidad. No es recreación, es creación. Su interpretación tiene tal carisma, tal fuerza, tal verdad que ya desde la primera escena, lo comprendes, lo veneras, conoces todas las consecuencias de sus actos. No necesitas saber nada más de él porque todo está en su mirada, en sus silencios, en sus actos siempre a contracorriente de un tipo que simplemente quería ser corriente.

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