Cada vez entiendo menos ciertas críticas. Ni las de la propia crítica ni las del público. No sé cuánto hay del prejuicio en sus juicios, y cuánto hay de su propio pensamiento.
El caso es que ayer vi Alatriste y todavía no se me va de la cabeza. Es un torrente de emociones contadas de forma magistral, bajo una épica del desencanto que permite explicar en un solo plano toda la historia de España.
El caso es que ayer vi Alatriste y todavía no se me va de la cabeza. Es un torrente de emociones contadas de forma magistral, bajo una épica del desencanto que permite explicar en un solo plano toda la historia de España.
El problema de no ver una película en un festival o, al menos, en la primera semana es que tu juicio ya no es uno en sí mismo , sino por comparación con todas las expectativas que te han generado. Y en mi caso, a fuerza de leer pero también de oír a amigos, entraba al cine como quien va al corredor de la muerte. Iba a ver una peli de trama muy confusa, con un Mortensen que no te lo creías ni en broma, larguísima, con demasiadas batallas y sí, bien ambientada, pero poco interesante.
Cuando salí del cine, con los ojos empapados en lágrimas y las piernas listas para el combate, me planteé si no habría entrado en otra sala. La trama no puede ser más clara. Díaz-Yanes ha logrado reducir cinco libros a un solo hilo argumental que funciona con el mecanismo de un reloj. El mayor peligro de una historia que cubre tantos años es que el periodo entre escena y escena cambie la narración. Pues aquí no es así, las intrigas palaciegas se retroalimentan, el desencanto se va sumando, la lucha de clases encarneciendo, pero nunca hay saltos temporales, el tiempo podría ser único y nada apenas cambiaría.
Sobre los actores, esperaba reírme según los viera u oyera. Eludiendo el hecho de que sorprende el salto que pueda dar un actor de “7 vidas” a hacer un personaje histórico y real, todos los actores están soberbios. Tanto representan en breves trazos a sus personajes como declaman como marca la exigencia del Siglo de Oro. Si Ugalde se muestra un todoterreno de la credibilidad y Anaya impoluta como víctima de sus propias ambiciones, es Ariadna quien luce resplandeciente, nacida para el papel. Y si Echanove y Eduard tienen la fuerza que les caracteriza, lo de Viggo Mortensen es de otro planeta. No sólo aporta el infinito carisma que el rol necesita, sino que lo dota de una sutileza de gestos, emociones, hombrías que lo elevan hasta la categoría de uno de los personajes más maravillosos de la historia del cine español. Y un personaje así no puede tener un habla convencional, tiene que tener un habla gallarda, vasca, especial. Y Mortensen se lo da, convirtiendo su defecto en virtud, en realidad, en fuerza, en determinación. Vamos, que en mi opinión, no sólo Viggo es el mejor Alatriste de los posibles, es el único de los posibles.
A partir de ellos y de un diseño de producción en el que todo el dinero se ve gastado en la pantalla sin necesidad de resaltarlo mediante grúas o indecentes planos generales, el equipo técnico de Tano construye una sobrecogedora atmósfera de épica y desencanto. La dirección artística es tan inmensa como los cuadros de Velásquez que son la fotografía. El vestuario es tan sucio como era la realidad de un siglo de oro que acabó siendo de mierda. Y es que la realidad de la pantalla parece la realidad de la vida. Y eso aporta una credibilidad a la acción que el Tano guionista se encarga de configurar, el Tano director de armonizar, y el Tano montador de implantar.
El producto final no es sino una obra maestra. Una obra a la que el tiempo se encargará de dar la razón, de no buscar fracaso artístico donde hay éxito comercial, sino de ver e identificar que Alatriste proporciona una historia que no está dentro de la historia, sino que podría ser la propia historia. Porque hablando de Alatriste, Díaz-Yanes habla de sí mismo y de sus obsesiones, pero sobre todo habla de España, habla de nosotros, habla del destino del viaje. Y lo hace con el desencantado pero implacable orgullo de un soldado español.