lunes, septiembre 18, 2006

SALVADOR (Manuel Huerga): 6


Hay decisiones políticas de forma que casi anulan el fondo. Salvador padece una de ellas.

Salvador hace bien en tratar de meterse en la realidad y, para ello, ser multilingüe. Es tan multilingüe que de verdad representa la realidad barcelonesa de los 70 y se habla un 1% en francés, un 9% en catalán y un 90% en español. Por eso molesta tanto que todos los títulos de crédito se pongan en la lengua no vernácula de José Montilla. Parece que buscan la más mínima oportunidad para justificar las subvenciones y que aparezca una palabrita catalana. Parece que Franco hoy tiene un sucesor y éste no es Zapatero ni Aznar. Es Maragall o Mas o Carod, aquéllos que se inventan un problema donde no lo hay. Pues bien, esta gilipollez, aparte de que hará disminuir las taquillas fuera de los Països, aleja al espectador lo suficiente para que este apasionante drama sólo resulte entretenido. Claro, que no sólo es producto de la decisión política, y en el fondo, económica. También lo es de una cierta torpeza en el guión, camuflada por miles de aciertos en la dirección.

Porque si la historia original tiene una fuerza y un carácter épico notables, pese a que su estilo le pudiera llevar a otros terrrenos, Huerga no hace nada por evitarlo, pero Lluis Azcarazo sí. Lo hace al cometer distintos errores, difícilmente justificables. El primero es el más imperdonable: el no respeto a los puntos de vista. La peli nace de la voluntad de narrar lo que cuenta Puig Antich al abogado que interpreta Tristán Ulloa. Bien, pues eso haría que debiera verse lo que él vive, o al menos lo que le han podido contar. Ni lo uno ni lo otro. Entre cartas enunciadas y acciones no vividas, al espectador se le vuelve loco. En busca de la forma más divertida de contar, se pierde la fidelidad y la coherencia, se pierde el respeto a sí mismo. El segundo error, y de resultados más funestos, es la colocación del último punto de giro. Desde éste hasta los títulos de crédito transcurren 45 minutos, el doble de lo académico. Esto revierte en alargamiento y pérdida de épica, en miradas al reloj y alejamiento emocional. Y no es más que producto del tercer error: la voluntad por intrigarnos con un desenlace que todos conocemos. La intriga no estaba ahí, estaba en las reacciones emocionales de Salvador. Y en esas sí que triunfan guionista, director y actor.

Acompañadas por las excelsas Watling y Rubio, Brühl logra sus mejores resultados cuando Huerga encuentra su estilo. Y éste no es sino el realista irreal que demostró en su obra maestra, Antártida. Con ellas y sus ensoñaciones puntuadas de éxitos musicales, construye los mejores momentos, ésos que podrían quedarse fuera del montaje final si atendemos a la pura sinopsis, pero ésos que hacen que Salvador tenga momentos tan mágicos que merezca la pena pagar la entrada. Aunque tengas que comerte rotulitos que no vienen al caso. Aunque haya catalanes que hablen en francés, y una madrileño-británicas, un argentino y un alemán que lo hagan en catalán. Afortunadamente, quizá representa el mundo de hoy. No creo que el de los setenta. Sí, el de los políticos que imponen normas donde no hay problemas, sean obligaciones lingüísticas, sean sentencias de muerte.

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