Cisne negro es una crítica a la búsqueda de la perfección. A cuánto uno es capaz de cruzar la línea para alcanzarla. Pero viendo la perfección de la peli, uno no para de preguntarse cuánto cruzó la línea Darren Aronofski para conseguirla.
La perfeccción alcanza a todos los puntos. Un guión con tres capas tan perfectamente entrelazadas, que en su fusión, se multiplican sus conflictos. Una dirección artística tan homogénea con el argumento que logra del blanco y el negro tantos matices como de los actores. Un vestuario que realza tanto la belleza como su sufrimiento. Un montaje que consigue una atmósfera de un desasosiego tal que te dan ganas de autodestruirte. Una música que te eleva hasta el escenario y te golpea contra el suelo. Y unos actores a punto de destrozarse a sí mismos en la búsqueda misma de la perfección.
Hasta ahí, Aronofski juega a cruzar la línea. La línea de la realidad y el sueño, la línea de la obra retratada y la vivida, la línea del blanco y el negro, la línea del bien y el mal, la línea de la vida y la muerte. Entre ambas líneas se pasa toda la película, toda la dirección. Pero esa delgada línea roja la cruza en el casting. Un casting que convierte la vida real de sus actrices en carne de ficción, de pública inmolación.
Y es que nada es casual en la la elección de la tres divas que protagonizan la ficción. No es casual la aparición de una Barbara Hershey que en su lucha por la perfección, abusó del bottox hasta autodestruirse. Y es que a ratos, su cara parece la de Mickey Rourke en The Wrestler. No es casual la selección de Winona Ryder como la persona a quien tiene que reemplazar Natalie Portman. ¿Quién no recuerda el comienzo de ambas como niñas prodigio, su crecimiento como musas independientes, su explosión en Hollywood como las guapas inteligentes? ¿Quién no recuerda el final de Winona, autodestruida en la cleptomanía hasta la total desaparición? ¿Quién no sabe quién es su sustituta natural hoy en el corazón de Hollywood?
En ese cruce de la línea entre realidad y ficción, entre el bien y el mal, nacen muchas preguntas. ¿Cómo han quedado las almas de Hershey y de Ryder? ¿Y la de Portman después de un papel tan destructivo como éste? ¿Le pasará como a Maria Schneider con su Vincent Cassel particular, Bernardo Bertolucci? Tras cruzar la línea, ¿se ha convertido Aronofski en el propio cisne negro?
No lo sé. Quizás nunca se sepa. Lo que sí sé es que lo he pasado fatal viéndola. He descubierto la belleza y el dolor, la lucha con uno mismo y las heridas, la mejora y el destrozo, la vida y la muerte. He descubierto que en la búsqueda de la perfección, el gozo y el dolor se entrelazan hasta sufrir la tragedia de conseguir una obra maestra.
La perfeccción alcanza a todos los puntos. Un guión con tres capas tan perfectamente entrelazadas, que en su fusión, se multiplican sus conflictos. Una dirección artística tan homogénea con el argumento que logra del blanco y el negro tantos matices como de los actores. Un vestuario que realza tanto la belleza como su sufrimiento. Un montaje que consigue una atmósfera de un desasosiego tal que te dan ganas de autodestruirte. Una música que te eleva hasta el escenario y te golpea contra el suelo. Y unos actores a punto de destrozarse a sí mismos en la búsqueda misma de la perfección.
Hasta ahí, Aronofski juega a cruzar la línea. La línea de la realidad y el sueño, la línea de la obra retratada y la vivida, la línea del blanco y el negro, la línea del bien y el mal, la línea de la vida y la muerte. Entre ambas líneas se pasa toda la película, toda la dirección. Pero esa delgada línea roja la cruza en el casting. Un casting que convierte la vida real de sus actrices en carne de ficción, de pública inmolación.
Y es que nada es casual en la la elección de la tres divas que protagonizan la ficción. No es casual la aparición de una Barbara Hershey que en su lucha por la perfección, abusó del bottox hasta autodestruirse. Y es que a ratos, su cara parece la de Mickey Rourke en The Wrestler. No es casual la selección de Winona Ryder como la persona a quien tiene que reemplazar Natalie Portman. ¿Quién no recuerda el comienzo de ambas como niñas prodigio, su crecimiento como musas independientes, su explosión en Hollywood como las guapas inteligentes? ¿Quién no recuerda el final de Winona, autodestruida en la cleptomanía hasta la total desaparición? ¿Quién no sabe quién es su sustituta natural hoy en el corazón de Hollywood?
En ese cruce de la línea entre realidad y ficción, entre el bien y el mal, nacen muchas preguntas. ¿Cómo han quedado las almas de Hershey y de Ryder? ¿Y la de Portman después de un papel tan destructivo como éste? ¿Le pasará como a Maria Schneider con su Vincent Cassel particular, Bernardo Bertolucci? Tras cruzar la línea, ¿se ha convertido Aronofski en el propio cisne negro?
No lo sé. Quizás nunca se sepa. Lo que sí sé es que lo he pasado fatal viéndola. He descubierto la belleza y el dolor, la lucha con uno mismo y las heridas, la mejora y el destrozo, la vida y la muerte. He descubierto que en la búsqueda de la perfección, el gozo y el dolor se entrelazan hasta sufrir la tragedia de conseguir una obra maestra.
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