Esta mañana en mi ascensor, se han encontrado un señor mayor con una madre y su bebé. Tras quedarse mirándolo fijamente durante un rato, el anciano no ha podido evitar decir: "¡Qué felices son!". Tras sonreír de forma agria, ha añadido "Que aproveche ahora".
De eso va la peli de ayer. De la necesidad que tenemos de volver a los orígenes para ser felices. De lo que definiría Camus como "lo duro que es llegar a ser un hombre".
Quizás no vaya sólo de esto, quizás vaya de muchas más cosas, pero al asistir a esa escena esta mañana en mi ascensor, es el recuerdo que me ha levantado. Todos sus personajes quieren volver a su infancia, quieren volver al punto donde nacen, tienen que volver a la familia. Pueden hacerse más daño cuanto más poder tengan, pueden entrar y salir de la Zona Negativa, pero unos tienden a ella (Elijah Wood) y los más necesitan volver a la familia como punto donde ser niños, donde refugiarse, donde encontrar la protección de la placenta.
Sobre este cordón umbilical, teje Ang Lee una metáfora de la pérdida de valores a la que asistimos al crecer, de la extrema soledad que propone una sociedad abocada a que en la interacción ésta no haga sino aumentarse. Las reflexiones de Lee no pueden ser más pesimistas, la realidad en la que las presenta no puede ser más real. Sus conflictos parecen ser los eternos entre hijos y padres, su enfrentamiento con las mentiras del mundo (Nixon) es el del que descubre que todo era más bonito cuando se veía de lejos, cuando te acercabas a ello.
Para conseguirlo, el binomio de Lee y su guionista-productor Schamus recurren a tratar de acercarnos un mundo tan pesimista mediante una voz en off con la que encontrar empatía, una selección de actores que puedan caer bien aunque los personajes tiendan a caernos mal, unas imágenes tan idílicas como tristes, una metáfora continua en el agua que se vuelve hielo para luego volver a ser agua, en una serie de comportamientos infantiles que nos recuerden lo que fuimos y lo que anhelamos volver a ser. Toda esa mezcla la agita mediante un montaje soberbio que acorta las escenas hasta el límite sin reducir su significado, mediante una música que encuentra la poesía en la tristeza, mediante una fotografía fría que logra que los momentos cálidos se queden en nuestra retina.
Con todo ello, el binomio logra que entendamos cómo los personajes sufren al enfrentarse con el entorno, sufren al crecer, sufren al enfrentarse a sí mismos. Y en ese enfrentamiento, quieren volver a ser niños. Quieren volver a jugar en piscinas vacías, quieren volver a ser llevados a hombros por su padre, quieren volver a dormir en posición fetal, quieren volver a estar rodeados de un agua que no esté helada.
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ResponderEliminarTormenta de Hielo no trata de la necesidad que tenemos de volver a los orígenes, a la familia, para ser felices. En mi opinión es la historia de seres con un gran potencial humano que se dan de cabeza contra el muro de la familia por la incapacidad heredada de relacionarse desde la verdad. Es la historia de una madre que trata de transmitir con vehemencia y sentimiento a una niña lo que es su cuerpo en dos frases. De cómo un padre no sabe explicar el carácter de un hijo al que apenas ve y por el que le brotan lágrimas de un lugar no identificado de su alma. De una mujer que no termina de creer ni expresar su evidente insatisfacción vital. De un padre perdido ante faltas de lealtad, confuso por la mezcla entre los brotes amargos de la culpabilidad y el cariño inexplicable por el legado de sus hijos.
ResponderEliminarPodríamos mezclar padres, madres, hijos e hijas de estas familias y el resultado sería el mismo, porque en ellas el todo sí es igual a la suma de las partes. La creencia inconsciente en la individualidad de la persona les impide relacionarse con los demás desde lo profundo, desde lo nuclear. Así no puede crearse más que conjuntos de personas que viven bajo un mismo techo. Cualquier relación llamada a perdurar es insoportable sin esa dimensión donde se comparte algo más. Por ello las familias protagonistas están llamadas a completar este recorrido que agota las posibilidades de lo epidérmico.
Donde se agoten esas posibilidades es algo desconocido, y por lo tanto rehuido por todos y aplazado en la medida de lo posible a lo largo de la peli. La muerte es únicamente la guinda del recorrido: añade la carga dramática y nos da un cordero que sacrificar para la redención del resto. Del papel de la religión en todo esto, mejor ni hablar.
Dostoyevski era un maestro del retrato de las almas. Puede ser así porque se pasó 5 años encarcelado en Siberia, donde aprendió a vivir desde lo más básico de lo humano. Ang Lee ha rodado la vida americana de Rodion Raskolnikov y Alexei Ivanovich, la ha congelado en cubitos y la descargado sobre nosotros como una tormenta de hielo magistral.
sublime tu comentario, josé maría.
ResponderEliminarsé que la peli no trataba de eso, pero a mí me ha generado eso esta mañana.
no he podido evitarlo
¿A alguien le pasa lo que a mí? ¿Por qué si soy tan optimista me encantan las pelis pesimistas?
ResponderEliminarNunca lo sabré, pero me pasa