Odio las películas de terror. Y no es por su trivialidad ni por su adolescencia. Es porque en lugar de generarme miedo, me provoca hilaridad. Cada vez que veo un hacha levantarse, comienzo a descojonarme. Y claro, no parece lo mejor ni para el clímax ni para el resto de la audiencia. Es por eso que hace tiempo que tomé la decisión de no volver a ver terror en los cines.
Y eso es lo justo lo que incumplí cuando fui a ver "Las colinas tienen ojos". No sé si es por la falta de hábito, por el brutal argumento o por la pericia del director, pero lo pasé fatal en la sala. Desde el primer minuto, la atmósfera desértica me encogió por dentro, los personajes me generaron una mezcla de empatía y asfixia, y los teóricos sustos devenían en golpes sangrientos contra mi paz. Comencé a no estar nada cómodo en la sala. Sentía las sensaciones que uno siempre busca en el cine de terror. Pero ahora que me habían llegado, no las quería. Quería salir de ahí, pero sin embargo, también quería seguir gozando de ese ambiente malsano, de esas torturas que se prevén y se ven, de ese remolino de horror en el que se ven envueltos y del que saben que no pueden salir. El talento de Aja y su guionista no dejan ni una situación por explotar. A cada una de ellas le sacan su máximo partido, su punto de vista en cada conflicto es tal que multiplica por un millón las sensaciones generadas, sufres con un animal hasta que llegas a tu umbral.
Y el mío llegó con el último punto de giro. No aguanté más, me tuve que salir. Sabía que había visto una gran película, pero no tenía ninguna gana de disfrutarla.
Tú eres un poco blando. A mí me pareció que estaba bien, pero tampoco la vi para tanto
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con mato. Yo también me salí del cine y la mayor parte del tiempo q aguanté, me tapé los ojos. Mucho miedo.
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