“Los dos lados de la cama” es una secuela que merece verse. Sólo desmerece en la comparación con la magistral primera parte, pero es en la carrera contra el resto de las comedias intrascendentes que cada año se estrenan, donde vuelve a arrasar.
Si en la primera parte, Martínez-Lázaro sacaba oro de un guión de plata, ahora es Lázaro el que convierte en bronce otro guión argéntico. Y es que su dirección, pero sobre todo su montaje, no tiene todo el ritmo que requieren sus irresistibles gags, los actores no alcanzan la gracia superlativa de los diálogos, las actrices no saben dotar de la comicidad que exigen las situaciones. Pero, aun con todo, el conjunto es tan entrañable, tan sorprendente, y Toledo, Alterio y San Juan son tan buenos que las risas se encadenan. Entre medio, canciones familiares que nunca se hacen largas, vitalidad general que acerca a la mejor secuencia musical que nunca se ha rodado en España, aquélla en la que se entrelazan cuatro canciones con la trama ante la exhausta mirada del espectador. Esa escena rezuma todas los méritos de esta serie: moralidad, gracia, ritmo y vida.
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