El socialismo es una mierda. Si Karl Marx viera en qué se convirtió su idea, volvería atrás, quemaría El Capital y decidiría dedicarse al arte para generar belleza. Porque si algo hizo el socialismo fue generar fealdad.
Bajo la apariencia de cine con mensaje, "La vida de los otros" no es una película política. Y por lo tanto, ni es tendenciosa, ni trata de cambiar el mundo. Sólo lo muestra como es. Sólo lo muestra como fue. Y el mundo artificial y huxleyliano que crearon los seguidores de Marx podía ser justo o no, igualitario o no, libre o no, pero desde luego, era horrible. Es muy difícil concentrar tanto mal gusto en los edificios, en la ropa, en los coches, hasta en las caras. Todo lo que tocaba el socialismo se tornaba feo. A las a las actrices les salían ojeras; a las atletas, bigote; a las putas, cubos de grasa; a los ministros, corrupción; a los poetas, crisis creativa y a los oficiales de la Stasi, falta de rigor. La combinación de todo ello produjo un índice de suicidios digno de un Corredor de la Muerte que no fue sino la causa verdadera de la rotura del Muro. Y toda esta tristeza que no nace sino de la fealdad, la película la muestra con un grado de fidelidad y profundidad que cala tanto dentro, que agradeces el consumista mundo en el que naces a la vez que comprendes las traiciones de todos los protagonistas.
De eso va "La vida de los otros", de traiciones. De traiciones que asoman cuando se juntan todos los conflictos surgidos por ser quien quieres ser y no quien eres. En ese momento comienza la trama. Una trama que, al revés que en las películas políticas, te agarra de la solapa y no te suelta. Lo hace gracias a un guión que presenta siempre las mejores situaciones posibles, que tira de originalidad para tirar de coherencia. Sus notables personajes se encuentran con conflictos tan excepcionales que se vuelven cercanos y representativos, queribles y nada maniqueos.
Y la trama avanza sin red. Las emociones avanzan sin red. Al final queda una de las mejores películas alemanas estrenadas en España en los últimos diez años. Queda una película no política, que nos recuerda que para la felicidad no importa la ética, lo que importa es la estética.