No es muy habitual ver un biopic sincero. El mundo del cine está lleno de biografías que no son sino hagiografías. No importa quién sea el retratado, en el afán por empatizar con el espectador, Hollywood o cualquiera de las cinematografías locales optan siempre por retratos complacientes. Así, criminales, tarados, drogadictos, auténticos hijos de puta acaban apareciendo en pantalla como bendecidos hijos del amor. "Capote", no. "Capote" no pertenece a esta estirpe.
Desde el mismo momento de su concepción, su guionista Dan Futterman comenzó a acertar. No buscó reflejar toda la vida del sublime escritor, sino simplemente un periodo, un conflicto: el que vive mientras escribe cómo quiere que alguien no viva. Lejos de apuntalar la barbaridad de talento que asoma en cada una de las gloriosas páginas que componen ese salto cuántico hacia la verdad que supone "A sangre fría", Miller se dedica a contarte el dolor de una persona que descubre en las ciénagas que tiene un hermano vivo, que lo convierte en su Abel hasta que él torna Caín y se empeña en matarlo. Puede que ese conflicto pudiera haber vivido formas más visuales de contarlo, pero el director prefiere ser fiel a la novela de la que parte y a la novela que retrata, y no ficciona los hechos, sólo los representa. Es por eso que se apoya quizá más de lo debido en diálogos y en personajes que poco aportan a la trama principal.
Esta ausencia de personajes notables y de vigor visual lleva a la inevitable conclusión de que todo dependía del actor protagonista. Y Philippe Seymour Hoffman da la lección que se esperaba. Sobre sus fornidos hombros lleva todo el peso del metraje. Sorteando con pudor el riesgo de la sobreactuación, compone un personaje siempre a punto de convertirse en marioneta, dejando de ser Caín para ser el maravilloso, narcisista y contradictorio personaje que fue. El ser más mentiroso que pobló la tierra creó una de las obras de no ficción más veraces y auténticas que se recuerdan.